Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Dónde están mis cuatro euros?
En tránsito
Nos hacemos un selfie en la Praça do Comérçio de Lisboa, pero nos quejamos de la turbamulta de turistas idiotas que nos rodean y de los monstruosos cruceros que surcan el Tajo. Aceptamos encantados la llegada de inmigrantes indocumentados procedentes de África –somos buenas personas, somos seres solidarios, creemos en la diversidad y en la multiculturalidad–, pero nos da mucho miedo que alguien nos contagie la viruela del mono y nos ponga la piel como si fuera un potaje de garbanzos. Aplaudimos entusiasmados todas las medidas que protegen el territorio e impiden la construcción de feos bloques de hormigón que alteren la armonía urbana, pero nos quejamos de que no haya pisos de alquiler y de que los precios de las nuevas viviendas (tan escasas, por otra parte) estén por las nubes y sean inalcanzables para nosotros. Creemos en el progreso imparable y en los beneficios sociales del Estado del Bienestar –que también consideramos imparables–, pero somos incapaces de averiguar cómo se financian y qué costes tienen para nosotros y para las generaciones futuras. Somos personas cultas y cosmopolitas y muy comprometidas y muy activas en redes sociales, pero no tenemos ni idea de la existencia de la deuda pública española, que alcanza la alarmante cifra de los 1.600.087 millones de euros, es decir, el 108,9% del PIB.
Pero en realidad nos importa un pimiento ese misterio insondable de la deuda pública o del PIB nacional, con esa presencia mareante de dígitos que no entendemos ni tenemos ningún deseo de entender. A nosotros sólo nos preocupa la economía de los cuidados y la salud afectiva de nuestros perros y gatos. Ah, y la biodiversidad, por supuesto. Y la conservación de las tortugas marinas y de los arrecifes de coral.
La verdad es que todo es muy complicado, demasiado complicado, y por eso preferimos centrarnos en el día a día y olvidarnos de la realidad que tenemos ante nosotros. ¿Para qué preocuparse? La economía seguirá yendo como un cohete. Los inmigrantes se integrarán sin problemas y nos pagarán nuestras pensiones. El gasto público podrá crecer y crecer sin parar porque siempre se podrá poner un nuevo impuesto a los ricos o a los cuatro tontos que queden cuando ya no haya ricos. Así que lo mejor será irnos enseguida a disfrutar de la vida en Lisboa, por ejemplo, y hacernos un selfie en la Praça do Comérçio.
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