La esquina
José Aguilar
Un fiscal bajo sospecha
La creatividad viaja de las ciudades a los pueblo más rápido que la inteligencia artificial se instala entre nosotros. Porque hay una inteligencia necesaria que brota en lo rural cargada de ese ingenio que saca adelante en lo necesario.
Inventarse un ‘Pueblo-libro’ como han hecho en Alpujarra de la Sierra (Mecina Bombarón, Golco, Yegen y Montenegro) es creatividad de la buena. De la que salva formas de vida. Porque los pueblos se mueren lentamente a fuerza de ver emigrar a los pocos jóvenes que allí nacen y no ven futuro alguno ni en la tierra ni en el ganado ni, por supuesto, en ese vacío de inversiones allá donde no hay votos. La Alpujarra, comarca de maravilla, va camino de ser una sucesión de pueblos fantasma si algo no lo evita.
Y la creatividad ancestral de sus gentes curtidas en el olvido y el aislamiento está logrando que los medios hablemos de ellos. A veces para mejor (el ‘Pueblo Libro’) que para peor (El Soportújar de ‘las brujas’), porque una fina línea separa el resurgir ciudadano a través de la cultura del parque temático hueco.
Dan ganas de irse a experimentar esta fantástica idea a Mecina Bombarón o Yegen y pasearse la calle del grupo de Bloomsbury, ese colectivo de escritores (con Virgina Woolf o Leonora Carrington entre muchos) que estuvo allí representado por el ‘alpujarreño’ Gerald Brenan.
A Alicia en el País de las Maravillas o a Paco vestido de Cervantes puede uno encontrárselos por sus calles con los libros de protagonistas. Libros en papel en cabinas de teléfono recicladas en bibliotecas, como debe ser, porque ya se sabe que el libro electrónico no mola, pues leer es lo esencial, es decir, es tumbarse a la bartola y pasar páginas que tocas y sientes en el alma, sin más electricidad que las emociones que provocan las palabras en tu corazón vulnerado.
Conocí este fin de semana a José Antonio Gómez, alcalde de semejante pueblo-idea, en la formidable ‘Feria de los Pueblos’ de Armilla y pude comprobar que aún hay gente irreductible atrincherada para impedir que la Alpujarra se pierda por la dejadez de las administraciones. Sobran ideas por allí, de esas que van de abajo a arriba, de las que integran y suman ánimos y voluntades. Así da gusto. Dan ganas de aportar la verdadera creatividad generosa y necesaria que brota del corazón de esos libros que seguirán dando que hablar entre los montes, donde más se necesitan, entre el silencio de unos parajes dignos de los grandes escritores.
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