
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Fundido ibérico
El río de la vida
El lugar: la cafetería de la Gracias de Dios, en la plaza de Fontiveros. Pido un café con leche y una verbena. Mientras pongo a trabajar a las mandíbulas, leo el periódico de papel. Los titulares hablan de la última parida del Trump, de la alerta por lluvias en varias comunidades autónomas, de que Cataluña gestionará el control de fronteras para devolver inmigrantes... También de que Rubiales piensa recurrir la sentencia que le condena por el famoso piquito. Nunca un piquito dio para tanto. En la contraportada, una geóloga dice en una entrevista que la humanidad está acelerando su propia extinción. Leer el periódico me deprime un poco, como cuando veo un telediario. Termino de desayunar y quiero coger el autobús para ir a mi casa. Podía ir andando, pero hoy estoy vago y no me apetece. Es el S2 y voy a cogerlo en la calle Fontiveros, colindante con la cafetería. En la primera parada quiere subir una mujer, ya en el terreno de la ancianidad, que lleva dos bolsas grandes y pesadas en las manos. El autobús se para y abre sus puertas. Al intentar coger las bolsas, una de ellas se rompe y las naranjas se esparcen por el suelo como si las hubiera empujado un taco de billar. La anciana, muy apurada, le dice al conductor que se vaya, que esperará al siguiente. Pero el conductor le dice que no, que va a esperarla. Un par de chicos que pasan por allí, le ayudan a coger las naranjas que se han metido debajo de los coches. Otro paseante también se presta a ayudarle. De una tienda cercana sale una chica con una bolsa nueva para dársela a la anciana. Nadie en el autobús protesta ante la tardanza en cerrar la puerta el autobús. Tampoco toca el claxon ninguno de los coches que han parado detrás. Yo, incluso, bajo del autobús y le cojo la otra bolsa a la anciana a la vez que le ayudo a subir. Han pasado dos o tres minutos cuando la mujer pica al fin el billete. Gracias, le dice al conductor. “No se preocupe, señora”, le contesta este. Una chica joven se cede el asiento a la anciana. Gracias, gracias, muchas gracias, dice la anciana mirando a todos los que estamos en el autobús. Compruebo que todavía hay momentos en que las personas se sonríen unas a otras como si no se detestaran. Ese día creo en la humanidad y pienso que todavía es pronto para que se extinga.
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