La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Mirada alrededor
El reconocimiento de Palestina como Estado por parte del Gobierno español –sin pasar por el Parlamento– puede considerarse electoralista, pero siempre ha obtenido consenso generalizado en las fuerzas políticas de derechas e izquierdas y los gobiernos de González y Aznar acogieron a líderes palestinos e israelíes en busca de una paz que nunca llegó, incluyendo el asesinato de Isaac Rabin por un fanático judío. Quizá no sea el momento oportuno –o tal vez sí– cuando lo importante y urgente es detener esta masacre que Israel está perpetrando en Gaza, tras el también horrible atentado terrorista de Hamás con más de un millar de muertos y dos centenares de personas que permanecen secuestradas. Netanyahu y el líder de Hamás tienen orden de detención de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y contra la Humanidad.
La horrible matanza de inocentes en la zona de Gaza conmueve cualquier conciencia, como debería conmover a quienes la ejecutan. Las cifras son aterradoras: más de 35.000 civiles muertos, de los que casi la mitad son niños. Aunque el grupo terrorista Hamás tiene secuestrada a Gaza, no justifica lo que se ha llamado genocidio, corresponda fielmente o no a este concepto, desde el punto de vista jurídico. Genocidio o crimen de lesa humanidad. Lo importante no son conceptos, sino la dramática realidad. El sufrimiento de un pueblo no puede utilizarse como baza política interna y menos con enfrentamientos diplomáticos que sólo agravan la situación. La pleitesía que Abascal le ha rendido a Yetanhau para expresarle su solidaridad, en estos momentos que está masacrando a un pueblo, es otra vergüenza que define a Vox. Tampoco la vicepresidenta Yolanda Díaz puede decir que a Palestina le corresponde el territorio que va ‘desde el río al mar’, en cuyo espacio también está Israel. Ni se debe abogar por romper relaciones con Tel-Aviv, como pide Podemos.
Los intereses políticos domésticos no pueden oscurecer la realidad de nuestros días: los palestinos –como los ucranianos, de alguna manera olvidados por esta actualidad– albergan las abrumadoras cifras de inocentes, cuyo silencio –el silencio de los sepulcros– debe ser sustituido por las voces de todos los ciudadanos con la fibra de sensibilidad que nos queda como seres humanos, pese a estar cauterizados por la abrumadora cifra de calamidades causadas por los dirigentes que mueven los hilos del horror. Hoy, ante los crímenes de Netanyahu, Hamás y Putin hay que dar voz a las víctimas. Su obligado silencio no debe ser el nuestro, pero tampoco utilizarlos en vano por repugnantes intereses partidistas.
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