Sobre una sociedad en crisis

07 de febrero 2025 - 03:08

Eentender por qué seguimos aquí. Qué hace abstenernos de cualquier credo que incite a ser consecuentes, útil en una sociedad con visos de desmoronarse. Algo pasa. Los más atrevidos, desde un móvil, pero creyendo que les escuchan dos o tres mundos, apenas alcanzan a escribir diez palabras en Facebook. Esa es nuestra campaña, todo el rédito en una suerte de episódica contienda electoral que nos dispone ridículamente ante Europa. Somos sociedad de grandes titulares, de ecos incesantes detrás de un necio vacío que siempre salpica. Este es nuestro ring, nuestro campo de batalla.

La imagen a diario se llena de insultos y estrategias del engaño. Nada los repele. Permanecer en lo alto de la espiral. De eso se trata. Pero los culpables no somos nosotros, simples víctimas de un share, de algo que solo programa y dibuja conforme sea capaz de atraer nuestra atención. Y en medio de todo, la nada: ni principios, ni ideales, ni tan siquiera un concepto de objetividad y transparencia hoy absolutamente desdibujado.

Nos debemos un intento. Siquiera por los que quedarán, por quienes sueñan con una sociedad como aquella que de niños encontramos. Un espacio donde reencontrarnos, donde sentarse, madurar, donde obligar a tejer acuerdos que propongan lugar y modo de vivir en paz. Provengo de una generación en que las imágenes de guerra venían de lejos, la descalificación apenas existía, y el pasado votamos olvidarlo. Hoy somos la del odio y la prepotencia, la vanidad y el egoísmo, la necedad y el insulto. Como excusa una Cataluña, o una violencia de género, o un país que no termina de construirse, o un presidente que obvia cuarenta años de democracia y revive la historia como excusa para esconder el presente. Atajos. Motivos para destruir al contrario, para proclamar mi estado y hundir al tuyo. Deberíamos estar del lado de una Cataluña que no riñe con su identidad, de los intolerantes con la violencia de género, de los que no consienten la discriminación, la desigualdad, de los que saben que el pasado nunca debió ni debe volver.

Nos engañan. Nos engañan quienes quieren hacernos creer que su concepto de país nace de calles divididas y destrozadas. Nos engañan quienes hacen de la violencia de género una excusa de política barata. Nos engañan quienes hablan de discriminación, de desigualdad, con mensajes de decálogo político. Nos engañan quienes hurtan la historia para garantizar su pervivencia en el poder. Una mujer maltratada es un ser con derecho a ser feliz. Nadie puede regatear su protección. Un país no son dos bandos. No pueden volver a serlo.

Soy de la Constitución del 78. Catorce años no me otorgaban suficiente rédito para considerarme padre de aquel documento como los que con su voto lo aprobaron. Simplemente lo recibí. Creí en él. Así hasta hoy, en que continúo ejerciendo como granadino orgulloso de su historia cercana a la mía. Y que siga.

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