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El mundo de ayer
En la Fundación Telefónica en Madrid hay seis obras contemporáneas sobre la presencia del teléfono en nuestro país. Como en toda exposición contemporánea, todas las obras se hacen las interesantes, como si ocultaran un gran misterio. Qué dicen y a quién se lo dicen depende de muchas cosas.
Yo, por ejemplo, me quedé un buen rato en la sala de Diálogos en el tiempo, de Nuria Giménez, con vídeos del Archivo Histórico de Telefónica y fragmentos de programas, películas y anuncios. Por las pantallas pasan en bucle Mayra Gómez Kemp en Un, dos, tres, José Luis López Vázquez comprando “telefónicas”, asambleas, coches, personas anónimas. Todo se va desenredando ante mis ojos. Todos hablan de una forma muy distinta a la nuestra. Todo es raro y nuevo. Es imposible que hayamos cambiado tanto en tan poco tiempo.
El pasado está lleno de cosas maravillosas que nos pasaron desapercibidas, y el archivo es la principal manifestación de un deseo que no nos deja: abarcarlo y comprenderlo y evitar su desaparición completa. Todo puede desaparecer muchas veces, y esa tragedia es también la posibilidad de un juego, de una esperanza y de una salvación.
Aby Warburg se pasó los últimos años de su vida componiendo su Atlas Mnemosyne, un surtido de imágenes de obras de arte puestas las unas junto a las otras en asociaciones aparentemente libres. Lo que Warburg hace con el arte lo hace la vida consigo misma, porque no hay asociación que no quiera decir algo y no hay nada que no pueda ser rescatado del olvido y resucitado. Basta con mirar.
Hay artistas especializados en este rescate, como María Cañas, que dejó a más de uno con cara de tonto con su cartel del Festival de Cine de Sevilla en 2017: un dibujo sacado de alguna revista pulp de cuentos de terror apenas modificado. Su obra fue un mero rescate, y en ese rescate hay mucho más que lo que muchos supieron ver. Aún recuerdo el cartel, y he olvidado otros.
Cuanto más tarde nace uno más parece que no hay nada que contar, que todo se ha dicho y probado antes, y que el mundo está cada vez más cubierto de voces e imágenes, de músicas, de opiniones y disgustos, y que todo se pierde porque no damos abasto a tanta voz. Pero hay otra forma de verlo. No hay nadie más en la historia del mundo que haya tenido tanto que salvar. El tiempo nos ofrece más conocimientos y promesas que a nadie en su historia. Todo está por saber porque todo se sabe. El mundo es un parque de atracciones. Qué suerte tenemos.
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