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David Fernández
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Existe aún en Taormina una ‘Senda de Goethe’ allí donde ese gran alma europea se asomó a contemplar la grandeza siciliana. Desde ese gran mirador para apreciar en toda su feroz rotundidad el Etna con sus fumarolas-nube entreveradas con la bruma perenne del horizonte curvo del mar; junto al enorme teatro romano encaramado a un risco festoneado de casonas que cuelgan milagrosamente aferradas a las cumbres; allí sí resulta fácil comprender a los grandes viajeros que descubrían esos rincones magníficos de la Europa que se desperezaba romántica allá por el XIX.
El ‘grand tour’ era un viaje obligado cuando el viaje aún no era un derecho y sí un broche elegante de las élites. La codicia de los acumuladores de experiencias y recuerdos aún quedaba lejos. Y realmente revivifica sentir de nuevo asombro al entender que fueron esos sabios civilizadores, los romanos, quienes dieron forma a semejante prodigio de Taormina, una urbe mezcla de enclave imposible y entorno alfombrado de barcos de un lujo sereno y discreto.
Lo ‘mediterráneo’ se siente de nuevo por estos parajes. Taormina es una reliquia donde te embarga la paz sonriente y clara de una luz tenue moteada de limoneros, olivos y pinares. Lo ‘mediterráneo’ es agua y tierra y la vida que genera pero también el drama eterno en una superficie tensada de Oriente a Occidente, semejante en sus rincones pero diverso y en pugna feroz y constante por dominar-se.
Goethe, ese escritor que supo reconvertir su pasión abrasadora del joven ‘Werther’ de su mocedad a la paz del conocimiento genuino en la serena madurez de sus días finales, recorrió estos rincones sicilianos aún sin masas, azote de estos tiempos igualitaristas tan poco iguales. Y en Taormina aún buscan diferenciarse a base de marcas exclusivas que allí se pueden permitir ofertarse a una clientela que viaja en helicóptero a los cinco estrellas que abarrotan la zona.
Cuando la cigarra comienza a aliviar el sofoco con su estridente vientre tomas el tren hacia Mesina reconfortado por la visión que no defrauda de ese mitico lugar hoy en peligro de perder ciertas sensaciones verdaderas.
Porque no, no se acostumbrará uno nunca a tener volcanes de fondo donde proyectar sus pensamientos; ni a dejar de buscar rincones; ni tampoco a remedar a los grandes viajeros que en la Alhambra o en Pompeya nos redescubrieron la importancia de ese sentirse pequeño ante la belleza desarmante de la tierra.
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