Tontos del bote y de Harvard

La ciudad y los días

15 de marzo 2025 - 03:08

Leo uno de tantos de estos días grises, lluviosos y tonantes, tantos, tantos, que hasta le ha cambiado el acento a Jorge Cadaval que ahora nos cuenta en gallego y con verdina en los párpados que hay percebeiras en el Guadalquivir, se bailan muñeiras bajo el puente de Triana, el Altozano se ha convertido en el Obradoiro y su hermana, con un pañuelo y unas katiuskas, se ha puesto a hacer tartas de Santiago. Leo uno de tantos de estos días grises, les decía, que una eminencia, nada menos que un catedrático de Harvard, ha descubierto la relación entre el sol y la felicidad. “El estado de ánimo –ha dicho– empeora y la ansiedad aumenta cuando el clima se vuelve más frío y gris”. El hallazgo, como todos los grandes descubrimientos, no se ha producido de la noche a la mañana sino que ha tenido su recorrido. La eminencia de Harvard reconoce que ya en 1983 “varios investigadores realizaron encuestas a personas en días con diferentes climas y les pidieron que evaluaran su estado de ánimo y niveles de felicidad, y ambos eran mejores en los días soleados que en los días lluviosos”. ¡La leche!

Metido en sus cosas este hombre no debió estudiar historia, no debió oír hablar del creciente fértil como cuna de las civilizaciones más antiguas o de las también antiguas culturas nacidas en las fértiles tierras situadas entre el Indo y el Ganes o a lo largo del Río Amarillo. Tampoco debió estudiar literatura, no debió leer o ver representado El malentendido de Camus, en el que un personaje exclama: “Estoy harta de cargar con mi alma; tengo ganas de encontrar ese país donde el sol mata las preguntas”; ni su Al revés y al derecho en el que, recordando su infancia argelina, escribió: “Aquel calor hermoso que imperó en mi infancia me vedó cualquier resentimiento”. Y por supuesto no entendería por qué Machado, rota su alma y su salud por la guerra y por la trágica huida, escribió “estos días azules y este sol de la infancia”, sus últimos versos, en un papel arrugado que guardó en un bolsillo de su abrigo.

Menos mal que tenemos sabios de Harvard que nos descubren la relación entre el sol y la felicidad. Si no, no sabríamos por qué el romanticismo y el existencialismo nacieron entre brumas o por qué Ibsen era de Oslo en vez de ser de Utrera, como los Álvarez Quintero, y Kierkegaard de Copenhague en vez de ser de Córdoba, como Séneca, que aquí cuando nos ponemos tristes somos estoicos.

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