Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Me desperté un rato antes de que empezara. Este insomnio intermitente que padezco lo aprovecho para leer, escribir o tomar notas. Los gatos, siempre atentos a mis despertares, pedían su pitanza con matemática exactitud de maullido fiel. Tai, siempre altanero, más insistente que el pequeño Chi tan lastimoso en sus reclamos. Pero no habría lata hasta que amaneciera. Andaban inquietos con ese enrarecido aire de tormenta, con las gotas que ya se oían caer, con el frescor inesperado que entraba por la ventana entreabierta. En su infantil inquietud me miraban como inquiriendo algo que les sosegara.
Y la respuesta llegó con un primer fogonazo que rasgó la negrura del patio. Fue como una detonación en el centro de aquel monótono calor de agosto que avisaba de su inminente final. Sí. Septiembre se anunció así, rompiendo el visillo de la normalidad en mitad de la madrugada. No habría vuelta atrás. Lo no vivido del verano ahí quedará para siempre en el limbo de los sueños incumplidos.
Las tormentas de estío se agradecen. Rompen esa normalidad del sudor y el beber agua y pensar en granizados o helados. El verano tiene su tramoya hecha de ropa leve y ventiladores, de duchas frecuentes y libros a la mitad, de tardes sin contenido aún por llenar ordenando cajones o limpiando armarios, de sudor en la frente y muchos pensamientos que buscan su cajón en la memoria.
A través de las ventanas estallaban los fogonazos blancos. Me gusta contar los segundos que los separan del trueno. La tormenta ya se alejaba. Toda la ciudad debía estar notándolo, pensé. Al menos la del sueño ligero y la más noctámbula.
Al hilo de los truenos también se anunciaron sensaciones de rutina de otoño, tan odiada y deseada. La zona de confort que le llaman ahora. Los autobuses de los colegios deteniendo el tráfico, las oficinas sin sonrisas, los grandes almacenes a rebosar, como los gimnasios y las peluquerías. La normalidad tomaría pronto la ciudad de nuevo, como así ha sido.
Me fui a la cama para aprovechar los restos de anarquía de verano y saciarme de sueño. Aún quedaban algunos días por disfrutar de calles vacías y casas sin ruido. El calor menguante por semanas daría paso a este fresquito de las noches en esta Granada perenne donde algunas cosas, como este tormentoso anuncio del otoño que tuvimos, permanecen candorosamente iguales a sí mismas.
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