En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
Hay quienes atribuyen, con visos de supuesta ciencia, que las recientes tempestades caídas en el antiguo Reino de Valencia, esas brutales lluvias y tremendos daños de las aguas desatadas, obedecen al llamado ‘cambio climático’. Sin embargo, objetivamente y a la vista de las noticias que de anteriores y repetidas situaciones hemos venido a saber, hay que concluir que el problema –a la vista de las frecuentes, casi metódicos temporales– está en la inacción o muy leve acción que se ha ejercido en la previsión necesaria a la hora de conducir adecuadamente esas aguas y mantener limpios y expeditos los barrancos y los cauces de los ríos.
Existen dos estudios científicos, desde el punto de vista histórico, sobre este asunto. El primero del profesor Alfred Faus Prieto, catedrático de Geografía de la Universidad de Valencia, publicado en 1999, en el que ya aborda la riada del Turia de 1731. Y un segundo, publicado, sucesivamente, en 2005 y 2010, obra del profesor Armando Alberola Romá, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Alicante. Este último destaca los comentarios que el botánico ilustrado Antonio José de Cavanilles dejó escritos en su gran obra sobre la Realidad física, económica y demográfica del antiguo reino valenciano, aparecida en dos volúmenes, en las postrimerías del siglo XVIII. Cavanilles dedica un buen número de sus páginas a advertir acerca del peligro que encerraba el comportamiento de los cursos fluviales valencianos, llegando a calificarlos, como “mortales enemigos” y “terribles en sus riadas”, a poco que se engrosaran con las intensas lluvias equinocciales.
En la página 51 del volumen primero de su obra, Cavanilles alude a la terrible riada del Turia que tuvo lugar en el otoño de 1776, sucedida, también, en la misma estación del año que ésta que se acaba de producir, y los efectos catastróficos de aquella, de hace ¡dos centurias y media! que permanecieron en la memoria de las gentes en el Levante durante todo el siglo XVIII. Fue considerada como una de las más trágicas de aquel tiempo. Además de la información que nos llega del botánico Cavanilles, el profesor Alberola nos indica que hay otros contemporáneos de aquel que se preocuparon por este asunto, aludiendo, muy especialmente, a la memoria documental custodiada en los archivos, como es el caso del grueso expediente promovido al efecto, también, en el siglo XVIII, conservado en la sección de ‘Consejos’ del Archivo Histórico Nacional.
Nada nuevo, pues, bajo el sol. Y transcurren los años, los decenios y los siglos en que, conociendo el peligro y repetida la tragedia, nada –o muy poco– se hace por conducir adecuadamente y mantener limpios los cauces de las aguas. Caeremos, así, más veces en la misma piedra o en las mismas aguas ¿O no?
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