La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Apenas en una semana escasa, el nombre del Duque de San Pedro de Galatino y Conde de Benalúa –además de Señor de Láchar– volverá a adquirir protagonismo y reconocimiento entre los empresarios de la hostelería y del turismo granadino: la asociación que preside Gregorio García entregará, en el aniversario de su nacimiento, los premios que llevan el principal título nobiliario que ostentara en vida don Julio Quesada Cañaveral y Piédrola que, aunque nacido en Madrid el 30 de octubre de 1857 fue el más destacado empresario y mecenas granadino de los tiempos contemporáneos. Sería prolija la nómina en la que se recogiesen las muchas acciones que, en beneficio de Granada, este aristócrata, amigo personal del rey Alfonso XIII, vino en realizar y apadrinar en nuestra ciudad y provincia, pero sí destacaremos, al menos mínimamente, la construcción del primer gran hotel que se levantó en nuestra ciudad –el Alhambra Palace y su sucursal en Sierra Nevada– y la decidida ayuda y apoyo en la construcción de la primera carretera que llevase a las altas cumbres de Sierra Nevada, diseñada por el ingeniero y presidente del Centro Artístico José de Santa Cruz.
Y entre otras acciones más, hemos de citar la construcción –sufragada entera de su propio bolsillo– del templete que cubre el altar mayor de la catedral granadina, que vino a sustituir al que desmontaron y fundieron las tropas napoleónicas y que se llevaron en pesados lingotes, en los primeros años del siglo XIX, templete sustituto que nuestro duque encargó al escultor –granadino de adopción, malagueño de Álora– José Navas Parejo, quien parece que empleó en su factura nada menos que sesenta arrobas de plata pura, que fueron llevadas en carros hasta su estudio por orden del Conde de Benalúa. El Cabildo de la Catedral, ante tamaña generosidad, determinó nombrarlo canónigo honorario, razón por la cual, a su muerte, acaecida en Madrid el 15 de julio de 1936, se trasladó su cadáver hasta Granada –a donde llegó en el mismo ferrocarril en que viajaba, para morir asesinado, Federico García Lorca– siendo enterrado el duque en el panteón de canónigos de nuestra catedral. Tres días después, estalló la guerra.
No vamos a cerrar esta columna sin subrayar la propuesta que acaba de hacer el alcalde de Güéjar Sierra, José Robles, y su Ayuntamiento, para que la brillante consejera Rocío Díaz –léase la Junta de Andalucía– recupere el antiguo “tranvía de la Sierra”, que por aquellos bellísimos parajes transitó desde que el Duque de San Pedro –también a su costa– lo mandase construir y se pusiese en marcha en 1925, clausurándose, lamentablemente, en 1974, tras la construcción del embalse de Canales.
No cabe duda de que las grandes ideas suelen ser costosas, pero, por lo regular, suelen ser, también, mucho más rentables ¿O no?
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