Trump: ¿loco, payaso o destroyer?

Los poderosos comenzaron a apayasarse cuando despidieron a los bufones –encargados durante siglos de recordarles que eran humanos– y se personaron hace años en Salsa Rosa, en Aquí hay tomate o en Sálvame, y ahora en El hormiguero o en La resistencia, intentando emular a cómicos de profesión como Motos o Broncano que, más duchos que ellos, resultan más ocurrentes. En algún momento de su aparición en estos programas de entretenimiento solían, y suelen, decirle al humorista, después de hacer el ridículo haciéndose los graciosos: “Ahora, hablando en serio…”, y le sueltan sus solemnes mentiras, revestidas de la capa de la seriedad. Ajenos al hecho de que una revolucionaria forma de hablar en serio ha sido siempre hacerlo en broma. Pero hasta el humor, la ironía o el sarcasmo, esas poderosas armas que ponían al poder con el culo al aire, también nos han sido arrebatadas. Y no tenemos forma de saber si Trump es un demente, se ha vuelto un finísimo ironista o es un payaso tóxico. David Remnick, en su columna del pasado día 5 en la prestigiosa revista New Yorker, adelantaba que acaso Trump no está loco, sino que se lo hace, atendiendo a este consejo de Maquiavelo en su Discurso sobre Tito Livio: “A veces es muy sensato simular locura”. Nixon llegó a una conclusión similar y la llamó ‘la teoría del loco’. Creía que si convencía a los norvietnamitas de que por miedo al comunismo, podía cometer cualquier locura, incluso la de apretar el botón nuclear, para terminar con la guerra, Ho Chi Minh se personaría de inmediato en París, pidiendo la paz. La propuesta trumpiana de convertir la franja de Gaza en la Riviera de Oriente Medio y de echar de ella a dos millones de palestinos puede ser el bramido de un loco o el cálculo de un buitre inmobiliario. Pero ya se han apuntado a ella ultraderechistas de toda laya y el propio Netanyahu. La fingida locura de Nixon no consiguió evitar la derrota en Vietnam. Y aunque Trump, con sus bravuconerías demenciales, solo esté simulando locura para obtener algún provecho como contratista del ladrillo en un futuro resort gazatí, no hay que descartar que alguno de los vaqueros del rancho enemigo, en este peligroso juego, se malicie que el ‘loco’, con sus amenazas, no va de farol y desenfunde su arma y terminemos todos ardiendo en ese duelo en un ‘O.K. Corral’ atómico.

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