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Para el sanchismo la ultraderecha juega el mismo papel que para el franquismo la “conspiración judeomasónica”. Lo hemos visto estos días pasados tras el tumulto de Paiporta. De inmediato, sin haber realizado ninguna investigación, tanto las voces susurrantes de Moncloa como la progresfera empezaron a señalar a supuestos nazis y fascistas como los protagonistas de la desafortunada agresión al presidente del Gobierno. Algunos de los medios que se hicieron eco de la especulación (por no llamarla bulo) son los mismos que están todo el día dándole a los demás lecciones de ética periodística e, incluso, piden leyes candado para controlar a la prensa... Que si uno llevaba un tatuaje de las SS, que si otro una camiseta de la División Azul... La realidad es que la Guardia Civil no ha podido establecer por ahora conexiones entre los detenidos y cualquiera de los grupúsculos que forman parte de la galaxia radical española (tanto de izquierdas como de derechas). Y digo por ahora porque nunca se puede descartar que (oh, milagro) de repente aparezca un póster de Ramiro Ledesma en el cuarto de alguno de los alzados, o un llavero con el pollo en el bolsillo del primo segundo del que reventó con la pala la luna trasera del coche oficial de Sánchez, o una botella de tinto peleón con la etiqueta mostrando los leños de Borgoña en el solitario mueble-bar de un cuarto de estar que ha sobrevivido al lodo. Cualquier cosa, quién sabe.
La ultraderecha es el sillar principal sobre el que Sánchez construye ese muro entre los españoles que ya anunció en su discurso de investidura. Le sirve para todo, para no contestar preguntas de periodistas que no bailan al son de sus fanfarrias, para criminalizar a la oposición o para ocultar el rechazo que provoca su sola presencia en las zonas afectadas por la DANA. Al igual que el aparato de propaganda del caudillo decía ver judeomasones por todas partes en una España que no sabía muy bien qué significaba eso, Sánchez es capaz de detectar a un ultraderechista en cualquier hombre con aspecto sospechoso para su ambiente (botas de agua, ropa sucia, gorra de tractorista...).
Por los grandes clásicos del populismo –Laclau, por ejemplo– sabemos que es fundamental la creación de un enemigo político bien definido. Para Sánchez es la derecha y, en casos de extrema necesidad, como en Paiporta, saca el comodín de la ultraderecha, que da más susto y encandila a los borregos.
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