La Rayuela
Lola Quero
Juana ya no está loca
No. No está. Habré escrito de él al menos un par de veces en este periódico. Pertenece a mi historia, a un destino que a diario nos conduce a la confluencia del Parque García Lorca con la calle Arabial. Pertenece a la historia de mis hijos, los que rompieron su hucha, los que a las siete y pico miran somnolientos para ver si, como siempre, sigue allí. Y pertenece a la historia de muchos más que me confesasteis también haberlo visto.
Una sonrisa en su rostro. Pocas palabras en español. “Princesa”, cuando habla con Cayetana. “Tu, mucho estudiar”, le dice a Pablo. La confluencia de calles y destinos se convierte sin quererlo en lugar de encuentro, alegría y aprendizaje. Día tras día, durante años, esperó su sonrisa, unas palabras en español y varias lecciones de vida de las que no caben en los libros. Cada mañana igual: llegas a la esquina, y ahí está él, con su sonrisa y también con sus ambientadores. Como encontrar a un viejo amigo. Ahora, en cambio, puedo sentir que, si no volviera, nos faltará un trozo de día.
El vendedor nos enseña el valor de la sonrisa, de la palabra amable, de la conexión humana. Aquella esquina, al amanecer, es un lugar donde tejer lazos de amistad y compartir historias. Un lugar donde, vengas como vengas, siempre propone su sonrisa de bienvenida, y con ella, un oasis de simple humanidad en un mundo cada vez más acelerado.
Hoy no está. Dos días seguidos sin acudir a su cita. Me preocupa, porque nunca antes, hace ya más de diez años, le había pasado. Su esquina, vacía. Pablo y Caye rondan los catorce y lo conocieron con apenas cincos. A diario han seguido bajando la ventanilla. “Mañana volverá”. Esperan. Quizá mañana. Quién sabe.
Su ausencia nos hizo hoy más conscientes de lo frágil que es la vida y de la importancia de apreciar cada ocasión. No sé dónde estará. Pero necesitaba decir que le agradezco sus gestos de cercanía con mis hijos. Que le agradezco su ayuda para convertir unos momentos en la mejor inversión que pudieron hacer desde pequeños en felicidad, en humanidad, en un mundo mejor. Y que siento una profunda gratitud por haber conocido a un hombre que, con su simple presencia, nos enseña, a las siete y media de la mañana, el verdadero valor de las cosas.
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