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Prácticamente a diario trascienden noticias sobre intervenciones policiales en pisos donde se celebran fiestas en las que no se cumple ninguna de las medidas de higiene y separación social para luchar contra el coronavirus. Son celebraciones en las que se consume alcohol y otras sustancias abundantemente y que en no pocas ocasiones -pero ni mucho menos siempre- están protagonizadas por jóvenes extranjeros, bien turistas o bien estudiantes Erasmus. Desde hace ya mucho tiempo, España se ha convertido en un destino especialmente atractivo para un tipo de turista que combina juventud con ganas de diversión nocturna, lo que provoca no pocas tensiones y problemas de orden público y policía urbana. El fenómeno se intensificó con la irrupción de los pisos turísticos, que se convirtieron en el lugar ideal para celebrar todo tipo de fiestas nocturnas, con la consiguiente queja de los vecinos de dichos inmuebles, que veían cómo se les negaba su derecho al descanso, se degradaban las zonas comunes y aumentaba la inseguridad. Aunque parezca increíble, este tipo de turismo, poco rentable económicamente, no ha desaparecido con la pandemia del coronavirus. Resulta muy difícil de comprender que mientras la gran mayoría de los ciudadanos están haciendo grandes esfuerzos para respetar las medidas anti-Covid, otros se creen en el derecho a incumplirlas poniendo en peligro no sólo su salud, sino la del resto de personas que sí son prudentes y solidarias. España no puede convertirse en la sala de fiestas de Europa, y menos ahora en que esto supone un verdadero riesgo sanitario. Muchos ciudadanos no comprenden que mientras ellos no pueden salir de sus provincias, existe un turismo de fiestas nocturnas en el país. Esto puede generar descontento y desafección en una población cada vez más cansada tras un año de anormalidad. Por eso es importante que se persigan con ahínco estas actitudes, sean protagonizadas por nacionales o extranjeros, y que se sancionen con el máximo rigor. En ningún caso son tolerables.
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