Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
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Pocas horas antes de la fijada para la celebración del funeral en la catedral de Valencia en memoria de los más de dos centenares de víctimas de la DANA, el Gobierno aún no había anunciado el nivel de su representación en esa ceremonia. Incluso había hecho ver que sería la delegada del Gobierno en la comunidad la máxima representante de la Administración central. Hay que dar por hecho que hubo presiones desde diversas instancias y finalmente acudieron a Valencia la vicepresidenta María Jesús Montero y dos ministros. El hecho de que se racaneara la presencia institucional en un acto al que iban a asistir los Reyes y que iba a ser el primer homenaje nacional a las víctimas de una tragedia que conmovió a toda España y cuyas secuelas todavía condicionan la vida de miles de personas, es un símbolo más de la nefasta gestión y de la falta de empatía que ha demostrado el Ejecutivo en todo este proceso. La ausencia de Pedro Sánchez es un error que un presidente del Gobierno no debería de permitirse. Ni por motivos estrictamente religiosos, ni por el evidente deseo de convertir al presidente de la Comunidad en el responsable único del desastre, ni por el mal disimulado intento de evitarse una bronca a las puertas de la catedral, tiene justificación. Sánchez, una vez más, ha escurrido el bulto en una cuestión, como han sido los sucesos de Valencia, que han supuesto un desafío para el Estado. Su actitud contrasta con la de don Felipe y doña Letizia, que no han perdido ocasión para exteriorizar su cercanía a todos los damnificados por la catástrofe. Su presencia ayer en el funeral era imperativa y, lógicamente, allí estuvieron. Compartir el dolor de las víctimas no es una cuestión que pueda valorarse en función de otros criterios que no sean el de la solidaridad y la cercanía. Sánchez no ha sabido, otra vez, estar a la altura de las circunstancias.
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