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Las relaciones entre España y Marruecos forman parte de una historia de encuentros y desencuentros. En esta historia no han faltado guerras como la del Rif en la primera mitad del siglo XX e incidentes armados como el de la isla de Perejil en el siglo actual. Es también una historia marcada por la proximidad geográfica y los lazos entre las culturas y las poblaciones de los dos países, pero el pasado colonial ha creado desconfianza y prejuicios aun no superados. Dos temas continúan incidiendo en las relaciones: el reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental y la reclamación por este país de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Todo este contexto explica la prioridad que España concede a las relaciones con Marruecos porque ambos temas están en el trasfondo de la mayoría de los conflictos entre los dos países.
Cuando Marruecos abrió sus puestos de fronteras para facilitar la salida de miles de marroquíes, provocó un conflicto político y una crisis humanitaria que ha recaído sobre los ciudadanos de aquel país. Una rápida mirada indica los aspectos que confluyen sobre el conflicto: la cuestión sobre el territorio del Sahara Occidental; un líder del Frente Polisario (Brahim Gali) en guerra con Marruecos por la independencia del mismo territorio y la ciudad de Ceuta, centro de la crisis humanitaria. La hospitalización de Brahim Gali en España fue la excusa que desencadenó un conflicto político que se venía gestando desde que en diciembre pasado, los EEUU reconocieron la soberanía de Marruecos sobre el Sahara a cambio del reconocimiento marroquí del Estado de Israel. Ante el hecho de que España y la Unión Europea no valoraron ni compartieron esta decisión, contraria a las resoluciones de la ONU, la reacción de Marruecos fue la de abrir sus pasos de frontera provocando una crisis humanitaria como respuesta al conflicto político
Esta crisis tiene, desgraciadamente, unos claros perdedores: los miles de jóvenes marroquíes que, golpeados por la grave situación económica y social derivada de la pandemia, vieron defraudadas sus expectativas de una vida mejor. Desde un punto de vista político, la pregunta que surge es si en esta ocasión el Gobierno marroquí ha valorado los pasos dados en su estrategia. Por una parte, millones de personas de todo el mundo han visto las imágenes de jóvenes y niños que escapan de su país arriesgando sus vidas; un país que durante los últimos años ha adoptando medidas políticas y económicas para modernizar al estado y a la sociedad. El paso atrás es evidente. Por otra parte, es normal que el Gobierno español reafirme la españolidad y la integridad de Ceuta y Melilla. Lo han hecho todos los gobiernos españoles de uno u otro signo político desde el inicio de la democracia. Pero la contundencia con la que la Comisión Europea ha afirmado que las fronteras de Ceuta y Melilla son también fronteras europeas tiene un sentido político que deberá analizar Marruecos.
La UE, España y Marruecos afrontarán las consecuencias del conflicto y de la crisis humanitaria. Aunque suene extraño en estos momentos, España y Marruecos son países socios y amigos. Podemos recordar la importancia que para ambos países tienen la vecindad y el conocimiento mutuo para superar los prejuicios entre las poblaciones. Podemos recordar que en España se asienta una comunidad de más de un millón de personas de origen marroquí, que aspiran a vivir en nuestro país y contribuir a su riqueza y desarrollo.
A lo largo de mi trayectoria política siempre he valorado la importancia de unas relaciones basadas en el respeto y la cooperación entre ambos países; he valorado la contribución de Andalucía al fortalecimiento de las mismas. Ambos países comparten además una responsabilidad geoestratégica con la seguridad y la estabilidad amenazada por el terrorismo islamista; con la protección medioambiental del Mediterráneo y con la garantía de la seguridad de las personas en los tránsitos migratorios. Seguirán existiendo desencuentros y continuarán los conflictos entre los dos países, pero deben ser abordados como países amigos, desde el diálogo y la diplomacia y no haciendo recaer las consecuencias de los mismos sobre la vida y la dignidad de los ciudadanos.
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