Ángeles en llamas

La tribuna

10418177 2025-01-14
Ángeles en llamas

14 de enero 2025 - 03:06

Arden ángeles americanos. Las lenguas de fuego queman la carne tierna y dulce de los ángeles criollos que anuncian el fin de los tiempos. El incendio que arrasa la ciudad de Los Ángeles nos coloca ante una pantalla porque ese lugar forma parte de todos nuestros imaginarios. ¿Es una de esas películas de catástrofes rodadas en una ciudad que es un gran plató?

Hay lugares que son nuestros, aunque no los hayamos pisado nunca. Nos duele ese incendio devastador en Los Ángeles como si las llamas estuvieran llegando a los límites de nuestro barrio. Arde la ciudad de Los Ángeles en un colosal incendio que parece el fondo escenográfico ideado por los guionistas de sus películas de época o los últimos creadores del género distópico.

La genealogía de nuestro tiempo mira a ese lugar porque es el reflejo de nuestros sueños. Buster Keaton, que murió en Woodland Hills, inspiró a los poetas de la Generación del 27 hasta declararlo héroe del cinema. El cómico “cara de palo” protagoniza el cine silente y se convierte en metáfora de toda una época. “Yo nací –¡respetadme!– con el cine”, decía Rafael Alberti declarando la fascinación que los modernos del 27 tenían con el séptimo arte.

Hollywood fue la Europa que no pudo ser. La ciudad-refugio a la que llegaron huyendo del nazismo Thomas Mann o Bertolt Brecht. Y el lugar en el que los grandes directores de cine pudieron proyectar una Europa filmada con escenarios de cartón. Fue así como Fritz Lang, Billy Wilder o Ernst Lubitsch pudieron plasmar el sueño europeo convirtiéndolo en la Edad de Oro del cine norteamericano.

Arden los ángeles del cinema en el telediario y nosotros recordamos todas las películas que vimos alguna vez. La ciudad es un inmenso escenario cinematográfico. Reconocemos monumentos, avenidas, plazas y el cartel de Hollywood Sign en la colina del Monte Lee. Las letras blancas del gran sueño norteamericano amenazadas por las lenguas de fuego. Superman salvó el cartel del terremoto provocado por el villano Lex Luthor. Ojalá sus héroes puedan salvarla otra vez...

El fuego amenaza con destruir la gran ciudad de nuestra fantasía justo cuando preside el país un personaje que parece sacado de las peores distopías. Alguien diría que la ciudad merece ese castigo bíblico por derrochar tanta soberbia. El incendio amenaza con devastar las mansiones de lujo del star system, como si la primera chispa tuviera que ver con un cuento de final moralista.

Es cierto que Los Ángeles es la capital del autoengaño de la misma forma que lo fueron ciudades de otras épocas: Atenas, Roma, París, Londres o Viena. La capital del imperio austrohúngaro también tuvo su debilidad por la arquitectura de la apariencia, por el espejismo de lo fastuoso que en Los Ángeles es la exhibición de los caserones excesivos de Beverly Hills. Los Ángeles es en el siglo XXI lo que Viena fue en el XIX con las mansiones de la Ringstrasse y sus fachadas de escayola-nata montada.

No hay que olvidar su historia española. Los Ángeles perteneció al Virreinato de Nueva España. Esos ángeles llevan en la memoria criaturas murillescas, ángeles que ascienden a la gloria como los pintara el maestro sevillano. Bartolomé Esteban Murillo fue gran amigo de Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla y protagonista del famoso retrato que hoy cuelga en la National Gallery de Londres. Un personaje que forma parte de su familia fue quien fundó Los Ángeles: Felipe de Neve, gobernador español de Las Californias.

El callejero de la ciudad está lleno de recuerdos españoles, de evocación de las Misiones Españolas en California o de las nostalgias de nuestros mejores poetas. Luis Cernuda pasó el verano de 1960 invitado por la Universidad de California de Los Ángeles y en su apartamento de Ocean Avenue recordó sus veranos felices en las playas de Málaga. Porque en muchas cosas California parece un extraño espejismo andaluz.

Hay ciudades que son un género literario y Los Ángeles lo es. Vemos cómo se queman sus cartografías y regresan también todas las páginas que leímos de esa ciudad de cenizas. El Philip Marlowe de Raymond Chandler camina como un flanêur por la ciudad en llamas. Capote pasa sus últimos días por este lugar cálido y desasosegante. Charles Bukowski idea su literatura sucia en el bungalow número 5124 de De Longpre Avenue “entre el alcoholismo y la locura”. Y Ray Bradbury duerme el sueño eterno en el cementerio del Westwood Village Memorial Park. Mientras la ciudad se quema en la narrativa fantástica de un nuevo y apocalíptico Fahrenheit 451.

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