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Uno de los grandes déficits para la formación de una ciudadanía responsable y democrática en este país es el débil o casi inexistente tratamiento de la dictadura franquista en las escuelas, institutos, universidades, medios públicos de comunicación e incluso instituciones políticas. Ello ha producido que varias generaciones crezcan en la ignorancia de algo tan importante como cuál ha sido el inmediato precedente de la realidad en que vivimos y cómo se ha generado esta, dejando un vacío por el que penetran las más peregrinas y reaccionarias ideas, hoy a través, sobre todo, de las redes sociales.
La razón de este desconocimiento está en la propia historia de cómo se desarrolló la transición política y los pactos, tanto explícitos como implícitos, que tuvieron lugar en ella. No debe olvidarse que, frente al objetivo de la ruptura con el franquismo –compartido por toda la oposición democrática hasta el día de la muerte de Franco– lo que sucedió fue una reforma de este. Ello quedó reflejado en la Constitución del 78, que es un cocktail ideológico-jurídico en el que, junto a principios indudablemente democráticos –aunque sin acoger los derechos colectivos– subsistieron buena parte de las instituciones centrales del Régimen franquista con algunos cambios, no pocas veces nominales: la Monarquía del Movimiento, instaurada por el dictador, pasó a ser monarquía parlamentaria, el Tribunal de Orden Público pasó a llamarse Audiencia Nacional, continuando los jueces franquistas en sus puestos, la bandera y el escudo estatales siguieron siendo los mismos, sólo que suprimiendo el aguilucho, nada se tocó en el Ejército, la Policía Armada se rebautizó como Policía Nacional, cambiando –eso sí– el color de sus uniformes, la Iglesia mantuvo su posición de privilegio (incluso incrementando pronto las asignaciones que recibía)… No hubo depuración alguna de responsabilidades, ni siquiera en los casos de torturadores y flagrantes delitos de sangre, algunos muy recientes, sino que se acordó una amnistía total y un espeso silencio sobre todo lo acaecido.
Si a lo anterior se une la fabricación de un relato oficial sobre una Transición supuestamente modélica, tendremos ya canonizados los orígenes del régimen en el que vivimos. Según este relato, los actores principales habrían sido el designado por Franco como su sucesor a título de rey y el presidente Suárez (ex ministro de Franco), con la colaboración, aunque en papeles secundarios, del PSOE de Felipe González, el PCE de Santiago Carrillo y hasta la Alianza Popular de Fraga (aunque esta estuviera más cerca del franquismo puro y duro que de la mixtura finalmente resultante). Quedan así silenciados los dos factores que fueron en realidad más importantes en aquella encrucijada histórica. El primero, la lucha por la democracia de sectores obreros, populares e intelectuales que estaban poniendo en jaque al Régimen desde mediados de los años sesenta, aunque no tuvieran la fuerza suficiente para derrocarlo. El segundo, los intereses del capitalismo español, para el cual el régimen franquista, que había sido el marco que hizo posible su desarrollo, se había convertido ya en un freno para su expansión al hacer inviable que el Estado español fuera admitido en la Comunidad Económica Europea.
¿Qué significó realmente, en este proceso, la muerte del dictador que ahora el Gobierno del PSOE quiere conmemorar (o celebrar) en su cincuenta aniversario? Sería una burda mentira afirmar que el 20 de noviembre de 1975 comenzó la democracia y se recuperaron las libertades porque el franquismo continuó sin Franco durante un tiempo (e incluso pervive hoy, parcialmente, en no pocas instituciones y organizaciones políticas). Pero sí esa fecha fue muy importante por significar un punto de inflexión en un doble sentido. Primero, tanto el PCE como el PSOE (este refundado un año antes en Suresnes, con fuertes apoyos del exterior ante el temor de que pudiera repetirse aquí la situación provocada en Portugal por la “revolución de los claveles”) abandonaron desde ese día el objetivo de la ruptura democrática a cambio de la puesta en marcha de una partitocracia, aunque esta estuviera regida por reglas de juego muy conservadoras. Segundo, el capitalismo español forzó al sector mayoritario de la burocracia franquista a rehusar al objetivo imposible de mantener a largo plazo la dictadura sin el dictador y a optar por una reforma del franquismo a cambio no solo de la impunidad sino de su instalación privilegiada en el nuevo sistema. Los personajes y las siglas del relato “canónico” solo cobran su verdadero significado en este contexto.
¿Los cien actos que ha anunciado Sánchez para este año 2025 van a servir para debatir sobre todo esto? No lo creo. Me temo que solo se preste atención a aquello que piense interesa hoy a su partido para mantenerse en la Moncloa.
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