La tribuna
El poder de la cancelación
La tribuna
Habent sua fata libelli, los libros tienen su propio destino, decían los romanos para señalar que la interpretación que hacen los lectores de un libro puede ser muy distinta a lo que quiso transmitir su autor al escribirlo, como muestra el Quijote, cuyo significado no ha dejado de cambiar desde que se publicó a principios del siglo XVII. Algo parecido podríamos decir sobre la forma de entender los personajes históricos, que puede ser muy distinta a como ellos se vieron a sí mismos, incluso a la importancia e incidencia social que tuvieron en el momento en que vivieron.
Tomemos, por ejemplo, el caso del malagueño Blas Infante, que desde que publicó en 1915 su Ideal andaluz dedicó su vida a difundir el andalucismo, sembrando nuestra tierra primero de Centros Andaluces y después de sedes de la Junta Liberalista, pero que políticamente tuvo unos resultados muy discretos, tanto que el propio Infante no resultó elegido diputado en las cuatro elecciones a las que se presentó, ni en la Restauración ni en la República. Pero que fue elegido el 5 de julio de 1936 por los presidentes de las diputaciones de Sevilla, Cádiz y Jaén para ser el presidente de honor de la Comisión Ejecutiva Pro Estatuto, encargada de redactar un proyecto de Estatuto e iniciar los trámites del complejo proceso autonómico que establecía la Constitución republicana. Sin duda, Infante era la persona que mejor simbolizaba la lucha por la autonomía andaluza. El golpe de Estado de ese mismo mes acabó no solo con un proyecto que daba sus primeros pasos, sino con la propia vida de Infante.
Pues bien, en la Transición y en la Democracia estos hechos históricos se deformaron hasta el extremo de repetirse en muchos lugares, incluido el Pleno del Congreso de los Diputados que aprobó el Estatuto de Andalucía en diciembre de 1981 y en un buen puñado de páginas web oficiales, que el último domingo de septiembre de 1936 iba a celebrarse el referéndum de ratificación del Estatuto de Autonomía. Y el Parlamento de Andalucía, dispuesto a agrandar la figura histórica de Blas Infante hasta extremos estratosféricos, decidió por unanimidad nombrarlo en 1983 el "padre de la patria andaluza", calificativo que el Congreso de los Diputados repitió en abril de 2002 y que en 2007 pasó al Preámbulo del nuevo Estatuto de Autonomía. Un título que lo más probable es que hubiera desagradado al propio Infante, pues implícitamente supone que el pueblo andaluz es su invento, mientras que él creía que "el espíritu de un mismo pueblo ha flotado siempre sobre esta tierra hermosa y desventurada que hoy se llama Andalucía".
Lo mismo que cada generación ha interpretado de forma diferente el Quijote, ahora parece abrirse paso una interpretación de Blas Infante totalmente opuesta a la que hemos visto en cuarenta años de Autonomía. Infante sería, según esta nueva interpretación de la historia, un héroe inventado, un mito usado por tergiversadores profesionales para adoctrinar a los andaluces en la gran mentira de la falsa autonomía y hacerles olvidar que sólo existe la patria española. Dejando ahora al margen lo mal que lo habrían hecho esos manipuladores, pues para nada ha crecido entre los andaluces el sentimiento nacionalista y ni siquiera se mantiene un partido andalucista, lo cierto es que Blas Infante no sólo existió, sino que logró formar un movimiento andalucista, desde luego sin la fuerza política y social de los movimientos similares de Sabino Arana en el País Vasco y Prat de la Riba en Cataluña, pero también es verdad que en su ideología no había ni racismo ni denigración de España, como demuestra el lema que eligió para nuestra tierra: "Andalucía por sí, para España y la Humanidad".
El péndulo de la Historia parece dispuesto a deformar otra vez a Blas Infante, de tal manera que de él se podría escribir lo mismo que escribió Miguel de Unamuno del Quijote: "En cientos de obras se ha sacado a don Quijote y se le ha hecho decir y hacer lo que ni hizo ni dijo". Por eso, va siendo hora ya de que los hunos y los hotros lo dejen tranquilo para que así los historiadores nos lo puedan mostrar lo más objetivamente que sea posible.
También te puede interesar
La tribuna
El poder de la cancelación
La tribuna
Estado imperfecto
La tribuna
Muface no tiene quien le escriba
La tribuna
José Antonio y la reconciliación
Lo último