José Antonio González Alcantud

Horizontes lejanos: el rey de Hawái

La tribuna

8180496 2024-08-16
Horizontes lejanos: el rey de Hawái

16 de agosto 2024 - 03:08

Polinesia, y en general Oceanía, sigue estando colonizada. Bien por las razones históricas, porque nunca acabó allá el colonialismo; bien geopolíticas, por los resultados de la última guerra mundial; bien, por la fragmentación insular. O por todo a la vez. Ni siquiera han liberado a sus banderas de las aspas de la Union Jack británica; verlas reunidas causa estupor. Un océano, como el Pacífico, que comenzó encontrándose con las culturas ibéricas, acabó finalmente siendo un objeto preciado del sistema colonial.

En los mismos días en que estuve en Hawái la primavera última los canacos libraran una batalla brutal en Nueva Caledonia contra la opresión francesa. En 1989 recuerdo que para conmemorar los fastos de la Revolución francesa organizaron en París una exposición de la pintura realizada por Paul Gaugin en las islas Marquesas, al mismo tiempo que se reprimía a los “indígenas” de Tahití sin piedad. Los franceses, que no suelen acudir a las reuniones auspiciadas por los organismos internacionales sobre descolonizaciones pendientes, llaman eufemísticamente “territorios de ultramar” a esos espacios que ocupan sin decoro republicano. Por su lado, el gran Mark Twain que pasa por ser el mayor y más clásico de los antiimperialistas norteamericanos pudo contemplar los efectos perversos de las compañías fruteras, y de la misión protestante en tiempos anteriores a 1898, fecha en la que se materializó la anexión de Hawái a USA.

En definitiva, al llegar a Honolulú, en la isla de O’hau, no espera encontrar ningún rastro de la cultura autóctona. En mente tenía la obra de un antropólogo que alcancé a conocer, Marshall Sahlins, sobre la muerte en una bahía de la Big Island del capitán inglés James Cook. La historia en síntesis reza que Cook, un hombre prototípico de la Ilustración, que creía en el buen salvaje, fondea un buen día de 1775 en la isla. Interpreta una sustracción perpetrada por unos hawaianos en su barco como un acto inmoral que debe castigar por el bien de ellos mismos. El castigo que les inflige a los autores le cuesta la vida a Cook tras una rebelión a pie de playa. Hasta entonces había sido considerado una reencarnación del dios tutelar Lono. El asunto se expone como un ejemplo de equívoco cultural, aunque más recientemente antropólogos autóctonos han cuestionado este relato, y lo han explicado por las problemáticas de relaciones entre la marinería occidental y las mujeres autóctonas. En la playa donde ocurrió este lance quedé absorto pensando en el potencial mítico de aquellas islas.

En el día conmemorativo del rey Kamehameha I, que unificó las islas a principios del siglo XIX, me acerqué al palacio real. Había una ceremonia “secreta” en el exterior, la cual solamente pude observar desde la lejanía, vigilada como estaba por tipos con taparrabos y jabalinas. Comprobé que en las esculturas levantadas en honor de Kamehameha I había ofrendas de comida. Lo mismo ocurría en los lugares arqueológicos de culto, presididos por las inquietantes estatuas tiki, cerrados de manera categórica al turismo. Las espectaculares esculturas que el océano lamía condenándolas a la destrucción, eran potentísimas. También pude comprobar que los hawaianos siguen haciendo vida aparte: habitan los lugares más pobres de las islas, si bien conservan algunos privilegios como el derecho de pesca. Durante largas temporadas acampan en las playas.

A la dinastía Kamehameha que llegó hasta el quinto rey, le siguió el rey electo Kalakaua, que intentó combinar las viejas tradiciones hawaianas y las nuevas ideologías, asumidas por él a través de la masonería. Este rey en su afán de construir un país moderno y convertirlo en un epicentro de poder en el Pacífico, viajó a Europa, e incluso estuvo en España donde fue condecorado en 1881. Una condecoración española luce en las vitrinas de su palacio. Quizás de resultas de aquel viaje, años después, en 1907, varios miles de malagueños –sí, ¡malagueños!– emigraron al archipiélago para trabajar en la caña de azúcar, en una auténtica epopeya que fue narrada por Miguel Ángel Alba Trujillo con todo lujo de detalles.

Observo en internet que incluso han inventado en broma un nuevo rey, híbrido de hawaiano y anglosajón, que retomaría el poder independiente a la manera futurista tras una guerra nuclear de la que el archipiélago quedaría a salvo. Desde luego, sea como sea las islas, y en particular las Hawái, nos siguen remitiendo a horizontes de utopia. Oyendo cantar a adolescentes hawaianos dulces melodías en su lengua creí ver un atisbo de utopía humana en estas islas. No había ninguna exaltación, ni tampoco inquietud, como si intuyeran que el destino es la enorme caldera volcánica que en su isla de tiempo en tiempo reclama su protagonismo.

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