José Antonio González Alcantud

Imperialismos de año nuevo

La tribuna

10346425 2025-01-09
Imperialismos de año nuevo

09 de enero 2025 - 03:06

Cuando en abril de 1917, antes de la revolución bolchevique, se editó el pequeño libro de V.I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, a los ojos de todos los revolucionarios del mundo se había dicho la última palabra sobre el particular. Lenin, recogiendo obras de otros autores precedentes como K. Kautsky, H. Wilshire y J. Hobson, e incluso de su camarada N. Bujarin, cuyo propio texto sobre el imperialismo frenó el líder bolchevique para adelantar el suyo, exponía un panorama de ávida explotación de mano de obra y de recursos naturales del mundo. Un verdadero latrocinio se cernía sobre la Humanidad, como culminación de la acumulación capitalista, ávida de ganancias sin freno.

En los años de la descolonización, en los sesenta y setenta, bajo la supervisión de la autoridad internacional de la ONU, las fronteras, aunque estuviesen arbitrariamente trazadas, se estabilizaron. El imperialismo, para distinguirse del colonialismo, se convertía por mor de los nuevos tiempos en una aerocracia, emulando a las talasocracias del mundo griego antiguo. El proyecto era una combinación de libre comercio sin fronteras, en el que las metrópolis se garantizaban la superioridad, y de pequeñas guarniciones capaces de imponer la autoridad imperial donde estuviese amenazada. El experimento surgió de la colonización inglesa en la India. Fue el llamado Gobierno Indirecto, una ingeniosa fórmula que permitió a las compañías comerciales de Indias liderar la colonización, haciendo pactos con los marajás, con el apoyo de pequeños cuerpos expedicionarios militares.

Cuando todo esto lo considerábamos parte del pasado más remoto, ahora en la nueva disposición desordenada del orbe, surgido tras la pandemia Covid-19, vuelven los imperialismos descarnados. El ruso, herido de muerte, y llamado a implosionar, quiere reconstruir su red de vasallaje con pocas posibilidades de éxito. El norteamericano, nunca decaído del todo, por más que el Megalópolis de Francis Coppola así nos lo presente de manera convincente, como antes nos lo mostró magistralmente en Apocalypse Now, en plena guerra de Vietnam, presiona. Por no hablar del turco, el magrebí, el israelita, etc. Todos ellos cuestionan sus propias fronteras, y propenden a expansionarse, creando todo redes de influencias y patronazgo urbi et orbi.

En este nuevo contexto, la ONU ha perdido el norte promoviendo votaciones ineficaces. Recuerdo la conferencia de un general español al mando de las tropas onusianas, cuando estas estaban en la antigua Yugoslavia, o en Ruanda, en la que relató que no pudieron intervenir para evitar las matanzas en curso porque “no llegaba la orden”. Señal inequívoca de una inoperatividad que ha vuelto viejuno al organismo internacional.

El imperialismo ha vuelto por una razón fundamental: los “bienes limitados”. Este es un concepto que el antropólogo G.M. Foster aplicó a las sociedades rurales de México, y que explica en buena medida el deseo implacable de apropiarse de territorios, como la angelical Groenlandia, por los americanos, el último invento de Trump. Lo necesitan imperativamente para sostener el tren de vida delirante de una población cada vez mayor que huye a las bravas de zonas depauperadas, donde se ha roto el equilibrio tradicional de recursos. Estados Unidos ya no necesita solo tener la máquina de guerra engrasada, como factor esencial de producción, sino que andan escasos de bienes. Ello, sin consideración, a que en el Gran Cañón del río Colorado no se ve el horizonte por la contaminación industrial que viene de miles de kilómetros, o que el Pacífico a la altura de la costa californiana, de tan bellos paisajes, sea un océano polucionado en extremo. Nada más impactante que ver las escarpadas costas de la costa norte de California, donde A. Hitchcock rodó Los pájaros, aquella película de terror, con las rocas desnudas golpeadas por masas acuosas de espuma industrial, aún más terroríficas.

En este contexto, Europa, con una decadencia asombrosa, tenía que haberse constituido en su momento en un “imperio”, es decir un conjunto federal de países guiados por una idea, con el que equilibrar el Gran Juego de los imperios verdaderos. Pero pesa la culpa colonial. España, a la defensiva, con su propio territorio amenazado, no quiere saber nada de aventuras, y Francia, que conserva parte del suyo colonial, en Guadalupe, Martinica, Guayana, Reunión, Polinesia y otros lugares dispersos, acomplejada por sus propios dislates amaga.

Europa es una interzona de libertad, democracia y convivencia que hay que preservar como una flor rara, urdiendo alianzas estratégicas, buscando vínculos duraderos con gigantes fiables de la escena geopolítica, como Brasil. Queda poco espacio para maniobrar. Los imperialismos voraces y expansivos están esperando en la crisis distópica el día y la hora para tragarse a Europa.

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