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Las desapariciones de personas dejaron de ser un asunto enigmático en España con la creación en 2010 de un único cómputo estadístico, la base PDyRH (personas desaparecidas y restos humanos). En ella confluyen todas las denuncias interpuestas por desaparición, sea cual sea el territorio o la fuerza policial que las haya registrado. Es la Secretaría de Estado de Seguridad quien la custodia y, desde 2018, el Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES) quien la gestiona. Basta una mirada retrospectiva al desértico paisaje anterior a 2010 para confirmar el valor de hito en la visibilidad de esta realidad doliente pero históricamente ignorada. Basta mirar un poco más allá de la superficie para constatar que el origen de esos avances no es otro que el del empuje de las familias de personas desaparecidas y el de sus Asociaciones, singularmente InterSOS. A ella se debe la institución por el Congreso de los Diputados del 9 de marzo como Día de las Personas Desaparecidas sin causa aparente.
Cuantificar el fenómeno era la premisa imprescindible para asumir su magnitud: 295.043 casos registrados desde 2010, lo que supone una media anual de entre 20 y 30 mil denuncias. Datos disponibles hoy a golpe de clic pero que siguen produciendo un efecto de sorpresa cada vez que se mencionan en cualquier foro público. Detrás de los datos, en su entraña, están las causas que lo generan y que ahora son objeto de un estudio cualitativo cada vez más preciso. El conocimiento científico es si cabe más perentorio referido a las consecuencias de la desaparición, es decir, al impacto traumático que provoca entre los familiares y allegados de la persona ausente. Un innovador estudio en este campo va a ser presentado en Sevilla durante la Iª Conferencia Internacional de Personas Desaparecidas: Una herida llamada incertidumbre. La pandemia del covid-19 hizo presente el concepto a gran escala durante el tiempo en el que la sociedad entera se sintió especialmente vulnerable, tanto por el desconocimiento del origen del virus como por la incerteza inicial acerca de cómo combatirlo.
Pero la incertidumbre referida a la experiencia de tener a un ser querido desaparecido es más dañina que un virus y no se ha inventado vacuna que pueda neutralizarla. Es una herida abierta a la que cabe asignar todos los sinónimos que recoge el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua: inseguridad, inquietud, desasosiego, vacilación, duda, recelo, sospecha. Y algunos más: culpa, sinvivir, vacío, desolación.
Me lo hizo entender con una sola frase una madre a quien entrevistaba en el programa de TVE Quién Sabe Dónde, allá por el año 1992: “Ay, Paco, si al menos supiera dónde llevarle flores”. Aquella madre invocaba la certeza de un final definitivo antes que vivir con la zozobra del no saber que había sido del hijo desaparecido unos meses antes. Y luego, con iguales o parecidas palabras, lo seguí oyendo en boca de otros muchos familiares, algunos de los cuales suman hoy diez, veinte, treinta…y hasta cincuenta años de una incertidumbre acumulativa y sin visos de salida.
Incertidumbre es, por demás, la zona cero en la que se hermana el sentir de los familiares y allegados de desaparecidos incluso en las circunstancias más diversas: los más de cien mil desaparecidos en México a manos del narcotráfico y otras mafias, los migrantes desaparecidos en el mar; los desaparecidos de la guerra de Ucrania y otros conflictos bélicos, los desaparecidos en naufragios como el del buque Villa de Pitanxo. Sevilla será el lugar donde, por primera vez, podrán intercambiar sus vivencias, donde podrán escucharse juntas sus voces y sus demandas. Unidos por la Esperanza, reza el lema de Conferencia que los reunirá en el corazón de Andalucía. Todo un grito contra la indiferencia y un clamor compartido frente a la incertidumbre.
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