Pepa Merlo

La industria del fuego

Tribuna

11 de septiembre 2022 - 06:26

LA manifestación comenzó en la Plaza del Carmen, discurrió por calle Reyes, Gran Vía hasta llegar a los jardines del Triunfo donde se leyó un manifiesto y una carta elaborada por la Red de Apoyo Mutuo en Respuesta a los Megaproyectos Energéticos que integran más de 50 organizaciones medioambientales y ciudadanas. Fue un sábado 13 de abril de 2019, hace ya la friolera de tres años, un siglo para que nadie se acuerde de que un día la gente de la Alpujarra y del Valle de Lecrín se echó a la calle en protesta contra el proyecto de Red Eléctrica de España que planteaba construir 362 torres de alta tensión y una subestación en Saleres que devastarían ambas comarcas. Porque los árboles centenarios que hacen de esta zona un vergel se interponían en el trazado limpio de verde por el que discurriría la línea en la que debían erigirse las torretas con sus brazos abiertos como ramas y sus celosías de acero. Ante la tala de árboles y el destrozo del paisaje milenario, con la pérdida que conlleva del ecosistema, la justificación de la empresa mayoritariamente privada de la Red Eléctrica de España aducía argumentos como la "garantía de suministro, el fin de la denominada "isla energética ibérica" y que bajarían los precios y la factura de los consumidores", sin duda argumentos de peso para arrasar con un paisaje frondoso y con el modus vivendi de sus gentes.

Los manifestantes solicitaron una reunión con el gobierno autonómico de entonces para dejar clara su negativa a la construcción de las torres y la carta que se leyó al fin de aquella manifestación se envió al comisario de Acción por el Clima y Energía de la UE, Miguel Ángel Arias Cañete (PP) y a la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera (PSOE), y supongo que terminaría convertida en una mini pelota arrugada y encestada en la papelera de un despacho elegante, si es que el papelito firmado por aquellos pueblerinos consiguió llegar tan lejos. Porque con la Iglesia hemos topado, y ésta es la Iglesia del dios de los intereses económicos, mucho más poderosa que cualquier otra. La tierra prometida, el retiro de presidentes, ministros, secretarios de Estado, etc, donde flotan y levitan en paz, acuerdo y comunión aquellos que en su momento se vapuleaban sin piedad. Recordemos que, tras la muerte de Franco, tres presidentes han terminado a sueldo de las eléctricas, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González y José María Aznar, el yin y el yan en perfecta unión ahora en el feliz paraíso donde desaparecen políticas ideológicas, disputas, polémicas, ante el interés económico común. Más de 20 ministros de ambos partidos, Miguel Boyer, Pedro Solbes, Luis de Guindos, Elena Salgado, Antonio Miguel Carmona, Ángel Acebes, Fátima Báñez, Marcelino Oreja, Isabel Tocino, Ana Palacio, José Montilla, José Blanco o Rodrigo Rato que facturó a Endesa de forma ilegal 25,8 millones..., todos pasaron a diseñar las normas que rigen el mercado eléctrico, a cobrar sueldos millonarios y a convivir pacíficamente en la paz de su retiro. Ahora comparten al enemigo, pero el enemigo no es más que un pinchacito de alfiler que no llega ni a percibirse sobre la piel, una pequeña mota de polvo que desaparece simplemente con parpadear, unos pueblerinos que gritan en la calle de una ciudad de provincias, ecologistas que el sistema ya se ocupó de desacreditar a conciencia. Allá por el año 2019, antes del confinamiento que tergiversó la percepción del tiempo, los catetos de la Alpujarra y el Valle de Lecrín se manifestaban un sábado ante las miradas siempre altivas de los capitalinos, molestos probablemente por llegar desde la provincia para romper su rutina. Ese mismo sábado, Juan Merlo, uno de esos catetos del Valle de Lecrín, tres días antes de morir, contemplaba por última vez el verde de unos olivos gigantes y centenarios que su padre le había enseñado a cuidar desde que era un crío, llevándoles el agua desde la Fuente de Tía Rita, y antes que a él, su abuelo enseñó a su padre y, antes, su bisabuelo a su abuelo, generaciones como guardianes de la vida, de un sistema árabe de regadío, de un respeto a la tierra y sus ciclos. Hoy sus hijas tan sólo ven cenizas, tierra arrasada que cualquier lluvia súbita arrastrará haciendo el daño que los árboles impedían. Y el futuro dirá si sus nietas, su nieto, contemplarán mañana, sin sombra bajo la que refugiarse en los veranos ardientes, sin el agua fría de las chorreras para refrescarse, tan sólo un paisaje de ramas de acero, de gigantes de hierro y cables. Hoy arde, casualmente siguiendo el trazado por dónde la compañía eléctrica planeó parte del recorrido de las torretas de la línea entre Benahadux, Saleres y El Fargue, el Valle de Lecrín, y el humo pinta de negro el cielo y llega hasta la isla del Fraile de Águilas, Murcia, como un aviso de que no hay obstáculo que una llamita no solucione, tan sólo hay que esperar el tiempo corto del olvido, un tiempo prudente, para arrasar con los impedimentos, un tiempo prudente para cumplir objetivos, el gigante económico se impone con contundencia por encima de la vida, por encima de paisajes, costumbres, gentes, eso sí, la destrucción siempre en beneficio y por el bien de todos, que se lo digan a las víctimas de los "Crímenes del Mar", perdón, "Cármenes del Mar", una urbanización construida por la inmobiliaria Comarex en pleno parque natural de Cerro Gordo en el término de La Herradura, que dejó de ser parque y dejó de ser natural para, después de un incendio y un tiempo prudencial, convertir el área calcinada en zona urbanizable.

Hoy, después de dos noches ardiendo, el fuego intencionado, no sabemos de dónde parte la intención, y activo, con más de 2300 hectáreas calcinadas y el humo en el que viaja el paraíso de la infancia de muchos y de muchas, mi paraíso, el de mis ancestros, el sustento, la vida, en definitiva, de gente que al fin es nadie ante los objetivos de las multinacionales, circunda la ciudad y hace una extraña curva hasta llegar a la estación de El Fargue, una curva muy similar a la que hacía en el mapa el trazado eléctrico de aquel proyecto, a priori desechado porque parecía que los vecinos del Valle habían ganado la batalla, pero las declaraciones desde la REE, "más que una victoria del movimiento vecinal, desechar la idea inicial fue mérito de la inclusión dentro de la planificación estatal de transporte eléctrico del eje Caparacena-Baza-La Ribina, lo que hizo que el valle de Lecrín perdiera sentido", del delegado de Andalucía de REE, Jorge Juan Jiménez Luna, abren un amplio horizonte para la sospecha. Si la batalla no la ganó un bando, la ganó el otro, porque en la guerra no hay lugar para las tablas. Anoche pasó por el Valle el consejero de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, Ramón Fernández-Pacheco, veremos si su firma, dentro de un tiempo prudente, no es la que da vía libre a la licitación de las eléctricas para instalar sus torretas y la victoria final al holding eléctrico.

stats