Juan Antonio Ruescas

Mentecatos

Al pan, pan, y al vino, vino, o sea, llamar a las cosas por su nombre, diferenciar lo culto de lo inculto

04 de enero 2025 - 06:15

En una pura y clásica expresión latina se daba el captus mentis que suele traducirse como “loco” y precisamente “mentecato”. Literalmente lo diríamos del que está cogido o preso en/de mente (así inmediato a “demente”). Pues bien (o mal), nos pasmamos sobremanera en los días pasados, no sólo porque hubiera figuras públicas mentecatas, sino también notorios medios de comunicación que padecieran esa afección de conocimiento sin, al menos, una corrección ilustrada oportuna. Y nos referimos al pasmo que nos produjo una cuestión cuasi de lana caprina, acaso izquierdosa, al puntualizar sobre la denominación de las singulares fechas recientes. Que no, que no se diga “Navidad”, no, no, dígase “sólo” Fiestas. Bien, bien (o mal), la mentecatez no puede ser más palmaria y espeluznante, sin que los medios, creo, puntualizaran competentemente.

“Navidad” es un término netamente latino, navitas, que stricto sensu tanto vale para la excepcional de Belén como para cualquier otra de los millones y multimillones que en la historia humana han sido. Decir “navidad” y que así la pronuncie el Rey como cualquier plebeyo, en puridad, no es privativo del cristiano hablar, sino filológicamente una singularidad semántica. Esa latinidad del navitas, no es, pues, de traza religiosa como Latín de curas, sino de una Literatura de magnitud máxima en toda la Historia. ¿Puede darse, verbi gratia, mayor sabor de lírica lectura que la del discurso de Cicerón en defensa del poeta Arquias?

En el prólogo del diccionario de Latín que tengo a mano, se dice: “El tránsito de la latinidad pagana a la literatura cristiana, es uno de los problemas más interesantes, no sólo para la historia del pensamiento, sino también bajo el aspecto filológico”. Texto sin desperdicio para mentecatos de las “Fiestas”. Hay que saber, al menos, que está por medio un tema de pensamiento y filología que evidentemente no se obvia con un impulso incrédulo y politicoide, inculto.

Y he ahí el quid esencial del asunto. No es antagonismo de increencia versus religiosidad, lo es de papanatería indocta frente a cultura. Tal así, si lo cristiano velis nolis, está ínsito en la médula de la cultura ibérica. No hace falta aducir para mentecatos muestras de monumentalidad en todo el mapa, de trazas en la pintura, en la literatura… (cómo me viene al texto aquel precioso soneto de Lope en el que dice a Cristo, “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras…?”).

Pero de un modo muy singular, a quien tanto lo ha visitado, viene a colación el Museo del Prado. Si con el talante de “no Navidad” nos fuéramos allí, cuántos cuadros que descolgar, cuantos brochazos que dar para borrar escenas y símbolos… y acaso sobrepintar hoz y martillo. Mas no, no queremos atizar ese fuego de quemar rojos o azules, de paganos o creyentes…, que bien lo vivimos ya en primeros años allá en La Mancha, fatídicos años treinta. Trátase, pura y simplemente de lo que allí aprendimos: al pan, pan, y al vino, vino, o sea, llamar a las cosas por su nombre, diferenciar lo culto de lo inculto.

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