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Tribuna de opinión | Educación
Granada/La ministra Celáa no lo ha entendido: necesitamos un pacto educativo a corto plazo. Históricamente, siempre fue necesario, pero en las circunstancias actuales se precisa de la participación de todos los sectores sociales: sindicatos, patronales, autoridades sanitarias, medios de comunicación, representantes de la administración educativa, y las familias, los padres. No hay Gobierno ni mayoría política, por muy amplia que sea, que pueda abordar por sí este reto.
La pandemia ha hecho emerger valores olvidados en nuestra sociedad. Pero el gobierno quiere intimidarlos bajo un torticero uso de estrategias políticas que disipan diálogo y consenso. Y en medio de ello, hijos. Hijos que no entienden de ideología. Hijos que no entienden de partidos. Hijos que no entienden de sindicatos. A veces se beatifica la procedencia del centro educativo como justificación de desigualdades. Nada más lejos de la realidad. El sistema educativo sólo es reflejo de la sociedad en que vivimos, pero ello no justifica su demonización. Obvian el diálogo, la solidaridad para construir el sistema. Sólo planteamientos políticos y réditos electorales.
Creo en una escuela pública y una pública concertada, que garantizan derechos fundamentales a todos y todas. La función socializadora de la escuela es clave para equilibrar el diferente capital y rédito social de las familias. Ese es el punto de encuentro del pacto educativo, si queremos que sea también social. Lo demás son luchas que anteponen el partido político a la excelencia educativa, el panfleto sectario al interés legítimo de educar a nuestros hijos. Desde hace años, padres y familias reclamamos una Administración y un Parlamento ejemplo de cohesión y comportamiento democrático. Políticos que sepan ceder hasta ideológicamente en la tarea de encontrar el marco preciso y el equilibrio donde nazca un verdadero y legítimo pacto. Huérfanos de ejemplos y talantes democráticos, reivindico el momento de educar con el ejemplo, de ser imagen para todos. El papel de la administración educativa y del Parlamento propiciando el encuentro de todos los sectores, es clave como órgano de centralidad social y debate colectivo que impone el equilibrio democrático. Pero, claro, la Ministra no está en ello. Ni ya la espero.
Un pacto educativo debe plantear como límite evitar la imposición de un modelo cerrado de sociedad. Los acuerdos comportan equilibrios. Si queremos ampliar la universalización y gratuidad de la etapa escolar de cero a tres años, dignificar el trabajo de nuestros profesores, mejorar aspectos que presentan un déficit educativo en relación con otros países del entorno europeo, aspectos sociales de nuestra educación que permitan ganar el pulso a la calle, deberemos trabajar en un modelo y en una reconversión respetuosa y justa, consolidando valores de unidad que la crisis hace emerger.
Una crisis que propone graves consecuencias económicas y sociales. Es necesario afrontar, también en el sistema educativo, la destrucción que una catástrofe como ésta va a provocar. Buscar equilibrios en el reparto social de los costes, sabiendo que un país sin educación nunca podrá crecer adecuadamente. No hace tanto escribía que poco margen de maniobra nos permite un presupuesto que ya emplea el setenta por ciento de su importe en gasto social. No será fácil. Los intereses son diversos. Los conflictos, bastante más complejos de lo que dibuja una imagen simplista de lucha entre arriba y abajo. Y este reparto de esfuerzos no puede realizarse al estilo Celáa, imponiendo un modelo que dibuja cortinas para esconder estos debates.
A largo plazo el pacto social educativo debe añadir tres puntos novedosos en su atención y desarrollo: las múltiples aplicaciones de nuevas tecnologías que deberían haberse introducido en las aulas hace ya muchos años, la ruptura del equilibrio escuela-hogar para el desarrollo emocional y educativo del menor, y las limitadas posibilidades de movilidad real y social de los escolares. El Covid introduce un cambio del entorno global educativo en detrimento de las relaciones interpersonales que, de no remediarse, tiene visos de permanecer como elemento modificador de conductas. La crisis económica y la irrupción del aprendizaje a distancia, se convierten en peligrosos competidores de la educación como la concebimos hasta ahora. Obligados a cambiar los conceptos de escuela y Universidad: el otro objeto del pacto educativo y de la nueva Ley.
Educar en los próximos años adquirirá tintes dramáticos si carecemos del amparo de una administración eficaz y decidida, dispuesta a afrontar soluciones desde ámbitos transversalmente comprometidos. Un pacto será garantía de éxito escolar, de calidad en la educación, de democratización del sistema educativo. Pero el camino propuesto por el gobierno socialista es antagónico. Hay que contar con las aulas, con el entorno familiar, con el entorno social, con los medios de comunicación. Vivimos una educación claramente globalizada donde hay múltiples agentes educativos a los cuales aún no hemos asignado cometido y función. Y si no lo hacemos en el seno de un pacto, España nunca generará un sistema educativo adecuado.
Termino. Propongo un sistema educativo que contemple una nueva relación familia y colegio como eje del desarrollo global y armónico de los niños. Es tarea compartida. La escuela debe aceptar la importancia de la relación cordial entre docentes y padres, la necesidad de formar familias en las nuevas tareas que el coronavirus asigna. Compartir inquietudes, intercambiar informaciones. Los hijos son nuestro punto de encuentro. La familia es pieza clave para este nuevo sistema educativo no presencial o semipresencial, aunque suponga un paso atrás en su formación emocional al posponer la relación con su grupo de iguales. Y el pacto propicia este encuentro. Ojalá este gobierno socialista sea capaz de entenderlo.
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