Fernando Castillo

El Peñón de los Modernos

La tribuna

10390574 2025-01-12
El Peñón de los Modernos

12 de enero 2025 - 03:08

Alo largo de los años plateados de las primeras décadas del siglo XX, e incluso durante los de su inercia en la postguerra, la cultura brilló con especial fulgor en la provincia de Alicante. En el origen de esta explosión cultural –que ha recogido Juan Manuel Bonet en el catálogo Alicante Moderno– están los dos escritores amigos, Gabriel Miró y Azorín, rescatadores del paisaje de la Marina de Alta, de las sierras de Aitana y Bernia, y de una forma de mirar la Naturaleza. Entre todos los lugares de referencia por su condición de mole, como el enorme Monte Montgó, el Cap de San Vicente o el morro moraireño y alagartado de Cap d’Or, destaca uno de conocida tradición histórica, capaz de convertirse en símbolo para quienes contemplaban la Naturaleza con mirada moderna. Se trata del Peñón de Ifach, el promontorio que Gabriel Miró llamaba “monte sagrado”, una mole imponente, casi escultórica, que emerge como si fuera el pico de una sierra marina. Esta atracción no fue una novedad, pues desde la Antigüedad el peñón era una referencia para navegantes, tanto que fue inmortalizado por el emperador Adriano en el reverso de un sestercio como fondo a una alegoría de Hispania yacente, de manera que se identificaba la provincia romana con la roca de Calpe.

En los años veinte del siglo pasado, de la mano del incansable viajero por la Marina que fue Gabriel Miró, Ifach se convirtió en un lugar simbólico y de peregrinación para escritores y artistas que se lanzaron por los paisajes mironianos, aunque con anterioridad Miguel de Unamuno, el viajero del 98, ya le había llamado “atalaya de la eternidad”. Es una lista larga y reveladora del interés que suscitaban la obra mironiana y el paisaje de la región. A las Marinas alicantinas acudieron los poetas Jorge Guillen, Gerardo Diego y Pedro Salinas, compañeros de antología y generación, o el sevillano Adriano del Valle, uno de los excluidos del 27, quien en su Égloga a Gabriel Miró incluye una Fabula del Peñón de Ifach, al que se refiere como la “coraza donde embotan sus lanzazos los vientos”. No menos importantes fueron los músicos contemporáneos como Ernesto Halfter, uno de los integrantes del madrileño Grupo de los Ocho, y el musicólogo Adolfo Salazar. Pero quizás el compositor más receptivo a la llamada poderosa del Peñón de Ifach fue el alicantino Oscar Esplá, quien además de componer la sinfonía Aitana, tuvo un proyecto para los Ballets Rusos de Serge Diaghilev de una obra titulada Cíclopes de Ifach.

Más importante si cabe fue la corriente de artistas cercanos a lo Nuevo que acudieron en busca del paisaje de la Marina y de Ifach. A los pioneros Daniel Vázquez Díaz, Benjamín Palencia, Christopher Hall o el oscuro Lorenzo Aguirre, se unieron los locales Emilio Varela y Juan Navarro Ramón, seguidos de los murcianos Juan Bonafé, Luis Garay y de un joven Ramón Gaya. Mas tarde se sumaron Emilio Lledó Terol, Miguel Baeza y Francisco Lozano, ya casi en los sesenta, cuando la Marina había perdido mucho del carácter que recogiera Gabriel Miró pero todavía conservaba su capacidad de atracción. Todo sin olvidar a fotógrafos como Francisco Mora Carbonell o Francisco Sánchez Ors, quienes recogieron los paisajes mironianos con una mirada moderna. Por su parte, el siempre activo Juan Guerrero Ruiz, que además de la poesía gustaba de la fotografía y de la pintura, aprovechó su condición de domiciliado en Alicante para inmortalizar a Calpe.

No es de extrañar que en 1935 se inaugurase el Parador de Ifach, construido a los pies del Peñón a instancias del propio Guerrero Ruiz, de manera que Calpe y su roca se convirtieron en el lugar de peregrinación de artistas y escritores no solo de la provincia. El edificio, decorado por Zenobia Camprubí –mujer de Juan Ramón Jiménez, tan próximo a Guerrero– con un aire entre lo popular y la modernidad, y obra de Miguel López González, combinaba tradición y vanguardia en un lenguaje geométrico y racionalista tan mediterráneo como contemporáneo. No es de extrañar que se convirtiera en objetivo de fotógrafos y pintores. Su condición de lugar privilegiado continuó tras la Guerra Civil cuando el alojamiento recién inaugurado sirvió de hospital, de manera que, ahora con su parador recuperado, Ifach recuperó la atracción para escritores –Hemingway, Carmen Conde, César González Ruano, Azorín…–, pero también para estrellas de cine como la inevitable Ava Gardner o Bette Davis, tanto que se hubiera podido filmar en tierras de la Marina una secuela de El tercer hombre gracias a la presencia de Joseph Cotten y Orson Welles. El blanco y cúbico parador resistió a la guerra y a la postguerra, a la competencia del vecino Hotel Miramar y al cambio impuesto de la denominación de Parador, reservada a los establecimientos oficiales, por el imposible nombra de Paradero, que ya es cambiar, pero no pudo soportar el turismo masivo que había dejado de mirar al Peñón de Ifach, que allí sigue, aunque ya parece que no inspire a nadie.

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