La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
A pesar de que aún no contamos con una vacuna para el COVID-19, estamos en disposición de generar anticuerpos contra la próxima pandemia o crisis global que algún día acontecerá. Para esta futura crisis, no hay vacuna posible. Su naturaleza será imprevisible y sus efectos globales. La complejidad de las sociedades en que vivimos hace que ni siquiera teniendo la capacidad de modificar el pasado pudiéramos salvarnos. Es revelador recordar la película 12 monos (1995), que narra un futuro postapocalíptico en el que las personas supervivientes de un virus letal viven bajo tierra. El protagonista, interpretado por Bruce Willis, es enviado una y otra vez al pasado para intentar, sin éxito, evitar la debacle: es incapaz de descifrar qué salió mal.
Los sistemas sanitarios, los gobiernos, no se organizan pensando en abordar pandemias. Son acontecimientos tan singulares y tan disruptivos, que el mero hecho de vivir preparados para ellos generaría un fuerte rechazo social, el rechazo de vivir en la continua excepcionalidad, de vivir prendidos al miedo; un miedo que, infundido también por la retórica de guerra que escuchamos estos días, acabaría, de forma sostenida en el tiempo, por dominar nuestra libertad y anular nuestra discrepancia. Estas últimas semanas nos han permitido comprobar cómo las respuestas globales de los diferentes países se parecen mucho entre sí. Podemos convenir que decisiones que ahora consideramos evidentes, no debían serlo tanto cuando prácticamente ningún país las ha adoptado con éxito.
¿Hubiéramos aceptado hace un mes y medio parar nuestras vidas y nuestra economía ante una amenaza aún lejana, una amenaza que quizá pasara de largo como ocurrió con la gripe A en 2009?
¿Cómo prepararnos para el futuro? Debemos entrenar con constancia la inteligencia de nuestras instituciones, asumir su complejidad y abordarla socialmente. Esta inteligencia es su capacidad para proporcionar soluciones y enfrentar retos de manera sistémica, de forma que nuestras instituciones públicas, de la mano de la ciudadanía y los responsables políticos, sean, como lo están siendo, nuestra principal barrera de contención.
La solidez de las instituciones me lleva a pensar que la respuesta a la crisis sanitaria en nuestro país habría sido muy similar con independencia de quien gobernara. No así la respuesta a la salida de la misma o a la mitigación de sus efectos. El diseño de la respuesta sanitaria la está dando personal experto que conforma un núcleo estable de la Administración más allá de quien la gobierna. Cuanto más desarrollemos esta inteligencia institucional y cuanto más sólidos sean sus cimientos mejor podremos resistir a lo imprevisto. Esta se trabaja mejorando la agilidad de los procesos, la capacidad de respuesta y la coordinación de las administraciones, dotando de responsabilidad y reconocimiento al experto, abriendo las instituciones al conocimiento distribuido socialmente, proporcionando recursos materiales y humanos, conociendo los límites de nuestra acción, empleando tecnologías de forma ética para el análisis masivo de datos. Estos días nos han dejado aprendizajes útiles.
Por ejemplo, en un Estado descentralizado, una “recentralización exprés” de competencias dará lugar a ineficiencias en el corto plazo, por ejemplo, en el ejercicio de las compras de suministros. Las colaboraciones público privadas muestran vías eficaces para acceder a mercados salvajes. Los modelos de deslocalización de producción industrial estratégica han fracasado. La crisis de 2008 dejó muchas profesiones y servicios clave heridos (sanidad, investigación, cuidados, entro otros).
El filósofo Daniel Innerarity afirma en su último libro que “la principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad”. Esta simplicidad al abordar lo complejo genera falsas expectativas, desafección institucional y actitudes reaccionarias contra nuestros políticos, científicos, médicos, contra las instituciones, a los que se les pide que actúen desde la infalibilidad. Precisamos liderazgos políticos capaces de un aprendizaje permanente y de asumir el coste y la pedagogía de lo complejo, así como una ciudadanía informada e involucrada en lo común.
Nuestro sostén para la próxima crisis es lo público y el Estado de Bienestar. Su inversión debe ser asumida con alegría y con constancia, con la misma con la que las mujeres y los hombres de este país aplauden cada día a las 8 de la tarde. La respuesta a esta crisis no era cuestión de un par de semanas, requería entrenar con disciplina el compromiso con lo público desde una compleja geometría de múltiples lealtades.
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