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Ascenso de las temperaturas en la provincia de Granada durante el fin de semana
La Calahorra, situada a los pies de Sierra Nevada por su lado norte, presenta al viajero una preciosa postal medieval gracias a su majestuoso castillo. Es un lugar privilegiado próximo al Puerto de la Ragua y a la estación de esquí de fondo, único paso entre las vertientes norte del altiplano y sur de la Alpujarra y el mar.
Los orígenes de este municipio se remontan a la prehistoria, como atestiguan los restos arqueológicos hallados en la zona. Fue ocupado por los fenicios y englobado en la antigua provincia Bastetana, siendo una de sus poblaciones la llamada Arcilacis la que posteriormente derivó en Alcala Horra o Castillo de las Peñas. Los visigodos ocuparon estas tierras y más tarde los musulmanes. En 1489 fue entregada a los Reyes Católicos y en el año 1568 apoyó la insurrección de los moriscos contra la Corona. La sublevación fue brutalmente reprimida y tras ser sofocada, fueron expulsados del municipio. Posteriormente fue repoblada por colonos de otras regiones.
Desde el cerro Foncanal, donde se ubica el castillo, las vistas al altiplano son impresionantes, destacando las rojas minas de Alquife a lo lejos, el muro de Sierra Nevada al frente y a sus pies, las casas blancas del pueblo, con alguna que otra notable edificación. El orgullo de esta villa es ser la capital del señorío de los Mendoza, que engrandeció el lugar con su castillo renacentista, hoy día de titularidad privada que deja abandonado su estandarte a un envejecimiento vil, sin gloria ni honor.
Si estuviera ubicado en otras lindes, seguro que sabrían aprovechar su envergadura y nobleza cara al turismo, proyectando su majestuosidad y encanto y creando puestos de trabajo en una zona tan deprimida tras el cierre de las minas de Alquife. Pero amigos estamos en Andalucía, y eso no podemos olvidarlo. La herida mortal al palacio estuvo a punto de producirse en 1913, después de saquear los mármoles de Carrara que adornaban la estancia y una bella fuente en el centro del patio, donde hoy existe un pozo. Fue cuando la Condesa-Duquesa de Benavente pretendió venderlo a un magnate americano, contando con la pasividad e irresponsabilidad del gobierno de Madrid. Afortunadamente, la venta quedó en una simple pretensión gracias a la intervención del entonces Duque del Infantado, don Joaquín Arteaga, que no consintió que un legado que había pertenecido a sus antepasados tuviese tan vergonzante destino. Estaba en Granada reponiéndose de una enfermedad cuando se enteró de que su tía, María Dolores Téllez Girón, había concertado la venta en 500.000 pesetas. Tras hablar con ella, ésta rompió el trato con el americano devolviéndole las 3.000 pesetas que había entregado en señal.
Son pocos los edificios que podemos visitar en La Calahorra. Destacan la Iglesia de la Anunciación, que compite con el abolengo de la fortaleza diseñada por el arquitecto Francisco Antero y construida en 1546. La nave central está cubierta por un artesonado mudéjar típico de las construcciones de esa época. La torre de la iglesia está coronada por una linterna cubierta con chapitel metálico. El día del Santo Cristo de las Penas, a mediados de agosto, la villa se engalana para celebrar sus famosos encierros de toros, en la que por unos días la Plaza de la Constitución, junto a la iglesia, se convierte en el coso de la comarca.
Durante las fiestas de San Antón, la ermita de San Gregorio Nacianceno tiene una de las tradiciones más curiosas de la provincia, escenario de manifestaciones populares. Este pequeño templo se convierte ese día en un improvisado Circo Máximo donde sus aurigas subidos a mulos deben de dar nueve vueltas a su contorno, un espectáculo que no hay que perderse.
Son varias las fiesta de La Calahorra: San Antón (enero), Semana Santa, San Marcos (25 de abril), Fiesta de Las Cruces (mayo), Fiestas Patronales de San Gregorio Nacianceno (en torno al 9 de mayo), La Ascensión, Fiesta de la Virgen de Fátima (13 de mayo), San Isidro Labrador (15 de mayo) y Fiesta del Santo Cristo de las Penas (agosto-septiembre).
Aunque el nombre de Rodrigo Díaz de Vivar evoca las aventuras y gestas de uno de los grandes guerreros en la España de la reconquista allá por el 1090, al personaje que hoy traigo a la leyenda habría que añadirle el apellido de Mendoza. Así que nuestra historia comienza en la última fase de la reconquista, en el 'tercer' rey de España, el Cardenal Pedro González de Mendoza con uno de sus deslices amorosos, Mencía de Lemos. Con ella tuvo tres hijos y a la que la puritana Isabel La Católica, tan exigente en cuestiones de moral, decía de ellos que "eran bellos pecados del Cardenal", curiosa frase para una reina que instauró e impulsó la Inquisición, pero claro estas minucias no afectaban a los grandes de España.
Uno de esos hijos bastardos que luego sería legitimado por los Reyes Católicos era Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, futuro Marqués del Zenete. Su nombre, pretencioso por parte del Cardenal, se debía a que los Mendoza decían que estaban emparentados con el Cid Campeador. Incluso consiguió el Condado de Cid en tierras de Jadraque, Guadalajara.
Rodrigo, de genio muy vivo y violento, tuvo una existencia inquieta y turbulenta. Luchó en las guerras de Granada junto a su tío, el II Conde de Tendilla, especialmente en la toma de Baza y se casó con Leonor de la Cerda en 1492 pasando a residir en Jadraque, donde al poco tiempo falleció su esposa en 1497 a consecuencia, dicen las malas lenguas, de las múltiples infidelidades de su esposo.
Posteriormente desplazó temporalmente su vivienda a Italia, donde le intentaron casar con la propia Lucrecia de Borgia y fue allí donde se impregnó del gusto arquitectónico renacentista.
Volvió a España y es aquí donde empieza la verdadera leyenda de casquivano y juerguista Rodrigo, enamorándose perdidamente de la quinceañera María Fonseca y Toledo, una muchacha mucho más joven que él. En su locura de amor pidió casarse con la muchacha y la Reina Isabel La Católica lo prohibió, hasta tal punto que a ella la encerró en un convento y a él lo amenazó con la cárcel.
Pero han dado con un Mendoza y éste, ni corto ni perezoso, raptó a María Fonseca del convento y se desposó con la joven en la localidad de la Coca sin el consentimiento real.
La reina Isabel, al verse burlada de sus reales mandatos, ordenó el encierro de Rodrigo en la cárcel, tratando de casar a María con otro. A pesar de las palizas que se le deban, ésta seguía siendo fiel a Rodrigo, quién llegó a acusar a la Reina Isabel de coautora de bigamia.
Estuvo encerrado en la cárcel hasta la muerte de la Reina en 1504, siendo liberado por Felipe el Hermoso, nuevo rey de España. Aún locamente enamorado de María de Fonseca, llevó a cabo un plan para sacarla del convento en el que estaba recluida desde su separación y en el año 1506, la pareja enamorada se casó canónicamente.
Tal fue el amor de Rodrigo hacia su nueva esposa que decidió dejar Jadraque y construir un Castillo-Palacio para su amada en La Calahorra. Pero la construcción no sería como las demás fortalezas del reino. Ésta tenía que ser algo especial para que su amada se sintiera como una princesa del renacimiento y así se lo encargó al Arquitecto Lorenzo de Vázquez. Poco duró este arquitecto a las órdenes del Marqués del Zenete. Las desavenencias entre ellos se hicieron patentes y el Marqués contrató a Michele Carlone.
Éste primeramente trabajó en su taller de Génova desde donde enviaba los mármoles de Carrara ya labrados al puerto de Almería y posteriormente siguió las obras en el Castillo.
Las figuras que adornan las distintas estancias de la fortaleza están inspiradas en la mitología grecorromana y los textos de salmos bíblicos ofrecen un lectura humanista al edificio, un exterior adusto, rudo y parco de pormenores, ante un interior engalanado, rebosante de vida y de detalles.
Antes de dejar el Castillo de La Calahorra para trasladarse definitivamente a tierras de Valencia, el Marqués dejó una serie de pistas en los relieves que adornan la portada del salón de los marqueses, donde la mitología es la protagonista y como buen humanista buscó la vuelta a la antigüedad y a la adopción de elementos simbólicos. Quien sepa hacer una lectura hierática descubrirá donde se encuentra un precioso camafeo rosado traído de Nápoles por su hermano, engarzado en un collar de oro que regaló a María de Fonseca el día de su boda. Y como cuenta la leyenda, éste se ocultó en un rincón secreto de la fortaleza que fue construida por amor y con amor se desvelará su ubicación.
Como pista les describiré como está decorada la portada del salón de los Marqueses: a modo de arco de triunfo romano sobresaliendo su programa iconográfico basado en la mitología clásica y con una fuerte influencia de los dibujos del Codex Escurialensis. En las pilastras laterales están tallados cuatro nichos con relieves de Hércules Farnesio, dios Apolo y las diosas de la Fortuna y la Abundancia. En los pedestales, sendas representaciones sobre los trabajos de Hércules: la batalla contra hidra de Lerna y la captura del toro de Creta. En el friso superior se sitúan relieves de las diosas marinas y tritones, y en las jambas dos bustos de emperadores romanos.
¿Se atreven a desvelar el misterio?
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