Lorenzo Arribas Mir: Defensores de cumbres ‘Salvajes’
Paisaje y Paisanaje
Coordinó la campaña contra la instalación de un radar en el Mulhacén y compareció en las Cortes para defender la declaración del Parque Nacional
Lorenzo Arribas Mir. Médico de familia en el Centro de Salud de La Chana. Profesor Asociado de la Universidad de Granada, en el Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública. Representante de la Federación Andaluza de Montañismo en el Consejo de Participación del Parque Natural y Nacional de Sierra Nevada desde 1995 hasta la actualidad. Miembro del Club Mulhacén de Montaña, un club que nació para defender las cumbres. Ha participado en expediciones de montaña al Himalaya, Karakorum, Pamir, Andes, y ha recorrido diversos macizos europeos. Autor de dos Guías de esquí de Montaña en Sierra Nevada, y de diversos artículos comprometidos con la conservación del parque nacional y natural de Sierra Nevada
–Subir a todo lo alto para que te vea todo el mundo o subir para ver el mundo, ¿esa es la cuestión?
–La vanidad existe. Hacer ‘cumbre’ es sinónimo de éxito, de conquista. Por otro lado, las vistas desde una cima son hermosas, sobre todo, porque cuando uno se las ha ganado limpiamente, hay un estado de ánimo distinto, una percepción especial, y la montaña te regala un paisaje aún mas grandioso. Luego te puedes unir a ella y la defiendes. Es mas que ver el mundo.
–¿Cuando recibió ‘la llamada de la montaña’?
–Los niños siempre se encaraman a lo que tienen cerca. No sé. Siempre he salido al campo. Con catorce años escalaba en las rocas del Castillo de Santa Catalina, en Jaén. Siempre recuerdo un día al salir de clase, y desde el parque, ver la imagen de mi amigo Pepe Marín en plena pared, con una cazadora amarilla que destacaba mucho sobre la roca. En minutos estábamos allí, no le dio tiempo ni de acabar su largo. Cogimos un cabo y nos encordamos. Nos latía el corazón a tope.
–Eduardo Martínez de Pisón se refiere al ‘sentimiento de la montaña’ ¿Cuál es el suyo?
–Eduardo es un referente. La pena es que no lo conozca más gente. Hay que verlo, oírlo, leerlo. Hay frases suyas que encajan con sentimientos que compartimos, que la mayoría no expresamos de forma tan certera y tan bella, y que nos conmueven. Martínez de Pisón ha descrito la sensación en la cumbre de forma hermosa: “La recompensa moral de estar en la cumbre no es que domines la montaña, es que estás en ella y rodeado sólo por el cielo”. Y también nadie como él se ha referido a la recuperación de los grandes espacios: “Cada vez que restauremos un pedazo de naturaleza, que quitemos un artificio donde sobra, estaremos contribuyendo no solo a reparar un daño al mundo, sino también a amparar o a rehacer un escenario de libertad”. En mis sentimientos de montañas ocupan un gran lugar las personas, sin ellas nada sería igual. La mejor frase sobre esto la ha escrito mi amigo Eloy Linares: “Las montañas, a más salvajes, también provocan más, en su dificultad y terreno hostil que son, la unión del elemento humano, la amistad y una relación profunda entre las personas”.
–¿Qué empuja a la gente a subir a las montañas? ¿Han cambiado en los últimos años los motivos de ese impulso?
–No sé lo que impulsa a cada uno. Me gustó oírselo a Kurt Diemberger, último de los primeros ochomilistas que aún sigue vivo (hizo la primera ascensión al Broak Peak y al Daulaghiri). En su libro Entre cero y 8.000 metros cuenta como se dedicaba a buscar cristales en los Alpes, y un día siguiendo las indicaciones de un viejo hacia una zona de cristales de cuarzo, sin saber por qué, abandonó el camino a los cristales y subió a la cima de la montaña. Ahora, mas allá del sentimiento individual, hay una actividad comercial, que literalmente ‘empuja’ personas a las cumbres. Lo que hemos visto en el Everest, con ese ‘récord’ de ascensiones, (más de 200 personas hicieron cumbre el pasado 22 de mayo, con un atasco en la arista final), no parece lo deseable para el techo del mundo, en cuyo campo base además se ha generado un importante basurero.
–Joaquín Araújo dijo en el reciente congreso CIMAS 2018 que “las montañas son el antídoto para una civilización que se ha arrancado los ojos”.
–En su intervención, en ese gran evento internacional, dijo muchas cosas bonitas e interesantes. Frases como “la comodidad es un crimen”, en alusión a cómo transformamos las montañas para hacerlas mas cómodas, o “presumo de no haber ido a ciertos lugares, de coleccionar ausencias”, en vez de haber estado, y valga el ejemplo del Everest por la concurrida ruta de los atascos. “En la montaña está refugiada la vida que nos queda. Lo mejor que nos queda”; “la belleza en libertad es el gran regalo de las cimas”. Eso lo oímos mucha gente ese día. Fue una suerte.
–Treinta años del Parque Natural y veinte de la declaración del Parque Nacional ¿Cuál es su balance?
–El Parque Natural y Nacional de Sierra Nevada han sido claves para su protección. Sin ellos la Sierra estaría mucho más degradada, transformada, devaluada. Se habría agredido por múltiples flancos, con el aplauso de muchos. Y así habríamos empobrecido, arruinado, lo último de naturaleza pura que nos queda. Es todo un lujo tener esa montaña tan cerca, y hay que esforzarse en cuidarla, conservarla como oro en paño. Se ha hecho una gestión muy razonable. Hay quien olvida que los parques nacionales nacen para evitar la degradación de los últimos rincones de naturaleza salvaje.
–¿Hacen falta más refugios en Sierra Nevada?
–Hoy día en la Sierra, con la facilidad de acceso que hay por casi todas sus vertientes, ya no son tan necesarios. En algunas zonas, los dos últimos valles salvajes, nunca deberíamos construirlos, para que dejemos a las próximas generaciones esos grandes espacios lo más limpios posibles. Por otra parte, se construyeron algunos por encima de los 3.000 metros, y otros incluso en las mismas cumbres. Fueron grandes errores. Algunos se han corregido, estamos a tiempo de dar marcha atrás. Hay que recuperar cumbres antes que refugios. Un refugio en la cima es un acto de domesticación de la montaña, toda una pérdida de su espíritu salvaje, una herida grave, por la que se vierte como un sangrado el alma de la montaña, que queda exangüe, y a veces hasta pierde su nombre. Es algo tremendo.
–¿Cómo se lucha contra los residuos en la alta montaña?
–Cada uno de nosotros, cada día que visitamos la montaña, debemos volver a casa con todo, y allí eliminar los residuos. Eso sería ya un gran paso. Aún hay gente tirando desperdicios en las cimas, incluso personas concienciadas, que creen que es bueno dejar tirado lo biodegradable. En los parques nacionales, y el nuestro lo es, hay que educar e informar, como la campaña por un comportamiento responsable que se está haciendo.
–Las montañas son observatorios privilegiados del cambio climático, ¿cómo ha cambiado Sierra Nevada desde sus primeras incursiones montañeras?
–Los que ya hemos cumplido años recordamos con nostalgia las grandes nevadas, las temporadas amplias. Es verdad que siempre intercaladas de años de sequía, pero nada que ver con lo que hoy vivimos. No olvido una subida con esquís al Caballo repleto de nieve en junio, en plenas fiestas del Corpus. Ni una bajada en Navidades desde el Mulhacén a Trevélez, llegando con los esquís puestos al pueblo.
–Es partidario de regular los accesos a las cumbres, ¿cómo evitamos la masificación?
–No veo bien sacar entradas para subir a una cima. Menos aún si además te aproximan con servicios de transporte. Reconozco que la masificación es un problema. El montañismo ha crecido exponencialmente. Pero tampoco hay que olvidar cómo la Federación Andaluza de Montañismo ha estado comprometida en la defensa de las cumbres, y buenos ejemplos han sido sus oposiciones al radar del Mulhacén, al mirador subterráneo del Veleta, a la pista Veleta-Capileira, al heliesquí, a los refugios en las cimas, etcétera. Sin este montañismo conservacionista, algunas cimas ya no serían lo que son. Hoy las montañas son lo poco de naturaleza bien conservada que nos queda, y atraen muchos visitantes, de esa misma sociedad que ya la ha destruido casi toda, y que hoy busca algo diferente en las montañas. La paradoja es que las montañas podrían morir de éxito. Mantener las barreras naturales, el esfuerzo para llegar, no hacer carreteras ni medios de transporte a alta cota, ni refugios, manteniendo las montañas más inaccesibles, es la mejor solución. Que requieran de nuestro esfuerzo y preparación, que suponga cierto compromiso recorrerlas, que podamos incluso sentir miedo en ellas, es muy necesario. Las montañas deben seguir siendo duras, frías, altas, alejadas, inhóspitas, poco accesibles, con sus ambientes muy extremos, el motivo por el que antes no habían sido invadidas y han llegado hoy en buenas condiciones a nosotros. Deberíamos no olvidarlo, porque esa es la clave para que sigan siendo ‘salvajes’.
–Vuelven los proyectos de teleféricos y de ampliación de la estación de esquí. ¿Es ruido o es que no hemos avanzado nada?
–Hemos avanzado mucho, pero nuestra sociedad es la que es, venimos de donde venimos, y hemos devorado tesoro natural tras tesoro natural, en aras de nuestro ‘progreso’. Esos proyectos serían auténticos disparates, y no creo que se hagan realidad. Nuestro Parque Nacional ha sido incluido en la Green List, la lista de los 25 Espacios Naturales mejor gestionados del mundo. Esa declaración no es gratis. Por algo será. Y no ha sido fácil. Se ha enfrentado y se enfrenta a muchos problemas, con valentía y honestidad. Tenemos que estar muy agradecidos a los que han gestionado hasta ahora este espacio protegido.
–Una de las protagonistas de estas entrevistas le citó: “Debemos adaptarnos a la montaña en vez de adaptar la montaña a nosotros”. ¿Tiene un significado especial, nuevo, esta frase suya, en estos momentos?
–Todos los montañeros no son iguales. Siempre ha sido así. A diferentes escalas, desde que se inició el alpinismo, ha habido un eterno debate entre deporte o aventura. Algunos deportistas tienden a poner la montaña más a su medida, adaptándola para hacer el ‘ejercicio físico’ que les gusta, con más comodidad y seguridad. No dudan en tener construcciones a alta cota y en facilitar los accesos. Y así transforman la montaña, adaptándola a ellos. Otra cosa es la aventura en la montaña, que necesita de un espacio virgen, bien conservado, menos accesible, más incomodo, no tan fácil de dominar, y hay que adaptarse a él. La aventura es más enriquecedora, y es la aliada de la conservación de las montañas. Pero sí, sí ha cambiado algo, mucho. Goretex, materiales muy técnicos, equipos superligeros y de alta calidad, ropa que se seca puesta en minutos después de una tormenta, teléfonos móviles, sistemas de alerta rápida y localización GPS en accidentes, predicciones meteorológicas de alta precisión, más acceso a tecnificación para practicar el montañismo... Hoy, con todo esto, es hora de ser más generosos, dejar a las montañas en paz, no crear infraestructuras en ellas, eliminar las disparatadas que aún se mantienen, recuperar cimas. Eso es una señal de progreso de más nivel que el goretex.
En breve
Su última travesía “de esquí de montaña”. Una mañana en el Veleta. Está muy cerca de casa.
El itinerario más espectacular de Sierra Nevada. Para mí, la subida en invierno a algunas cumbres de la cabecera del Genil. El paisaje me corta el habla.
¿Cuál es la ruta más dura? Ninguna ruta es dura, quizás nosotros estamos blandos para algunas. La montaña no es dura, es montaña.
Un lugar para ver amanecer. Hay un sitio secreto, donde algunos días amanece dos veces cada mañana. Allí el sol entra primero por un barranco, con un chorro de luz, que desaparece en minutos, quedas en sombra y luego vuelve ya encendiendo todo el valle.
Un lugar para ver caer la tarde. En la alta montaña, en las zonas remotas. Allí, los atardeceres siempre son sobrecogedores. A la estética, a la belleza del paisaje, se sobrepone la caída de la temperatura, la luz que se apaga. Se para el viento, frío, oscuridad, silencio. Ese es el sitio del mejor atardecer.
Sierra Nevada, ¿en verano o en invierno? El invierno agranda la montaña, la hace menos accesible, está mas solitaria, y eso le da más valor. El verano también da mucho de sí; por la Sierra corre aire fresco en los días mas calurosos, y es un placer. Quedan rincones mágicos para todo el año.
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