"Iba todos los días al cementerio": el dolor insoportable del "abuelo ejemplar" que mató sus nietos en Huétor Tájar

Sucesos

El coche fúnebre sale de la calle Alfredo Nobel de Huétor Tájar / Antonio L. Juárez / Photographerssports

Granada/Se le veía ir todos los días al cementerio. Intercambiaba pocas palabras. Hola, adiós. Poco más. Se autoinculpaba de haber matado a su esposa y a su hija en un accidente del tráfico hacía exactamente dos meses. Se había desvanecido mientras conducía y el vehículo, en el que viajaba también junto a sus dos nietos, se estampó en el murete de un paso inferior. Y el dolor terminó por escribir la historia en la madrugada de este pasado lunes en la calle Alfredo Nobel de Huétor Tájar, donde el abuelo, de 72 años, acabó con su vida y la de sus dos nietos después de una noche atrincherado en la que era su casa.

Huétor Tájar vivió este lunes la jornada más negra de su historia. Había un cielo primaveral de pocas nubes pero la tragedia pesaba como uno de esos días plomizos del duro invierno de la Vega. Que todo el pueblo hablaba de lo mismo no era una exageración. Hasta quienes no les conocían directamente comentaban que lo veían en el camposanto de la localidad prácticamente a diario, y que el supuesto asesino de los niños era una persona "tranquila, muy pacífica", que se daba sus "paseos con la bicicleta por la ronda".

Una persona dedicada sus seres más queridos y que "no tenía muchos amigos", cuenta Manuel, un vecino mayor que conocía a la familia. "No bebía, no fumaba, ni se iba de bares... Siempre estaba solo con su mujer y sus nietos", relata el hombre a poco metros de su casa, y a su vez, del lugar del crimen. Tenía una empresa de áridos porque "era el que nos llevaba material, la arena a la obra", cuenta este trabajador de la construcción jubilado. También lo conocía de llevar a a los niños al colegio de la localidad: "Era un abuelo ejemplar, vaya".

Este vecino también contaba que salió a la terraza sobre las ocho y media de la mañana "porque escuché dos golpes, aunque pensaba que era un choque de coches o cohetes de las fiestas. Vi Guardia Civil y ya me encontré con el percal". Aunque ya ayer ya sospechó poco antes de las diez de la noche, cuando escuchó también dos detonaciones que relacionó con los fuegos artificiales de la procesión que discurría por las calles a esa hora.

Desde primera hora de la mañana se habían reunido delante de la línea acordonada familiares y amigos directos de las víctimas, entre llantos y visibles muestras de tristeza. Nadie es capaz de explicarse por qué pasó. Una de las familiares, de edad avanzada, tuvo que ser trasladada nada más llegar, porque estaba muy afectada. También hubo algún momento de tensión con los medios de comunicación. "Es una pesadilla, no nos creemos que esté pasando", era capaz de articular casi entre sollozos otra conocida de la familia. Al fondo, la Guardia Civil desplegaba una lona y un furgón fúnebre se apostaba delante de un portón para que no se viera nada. Un coche fúnebre y varias patrullas ocupaban el resto de la calle a la espera de que la jueza encargada del caso levantara los cadáveres.

En cada esquina, en cada calle, en las plazas. La incredulidad y el dolor eran palpables. La tensión también. A media mañana, a escasos cien metros, justo en el comienzo de la calle cortada por el sucesos en el cuartel de la Guardia Civil, una mujer atropellaba a otra a escasa velocidad. Heridas leves en la víctima y ataque de ansiedad en la conductora. "Lo que nos faltaba ya, vaya día llevamos", dice una mujer que ha visto el incidente, que provocó los nervios de algunos familiares que estaban de camino.

Se trataba de una familia unida, conocida y querida en el municipio; pero la tragedia comenzó, según personas del entorno cercano, hace dos meses (el 19 de marzo, día de San José), con el accidente de tráfico en el que murieron la hija y la mujer del presunto parricida, cuando él mismo conducía el vehículo. También iban en el coche los dos menores ahora fallecidos, que lograron salvar la vida, pese a que uno de ellos estuvo ingresado con heridas graves. El único miembro de la familia que aquel día no viajaba con ellos era el padre de los niños, muy conocido en el municipio porque trabaja en el instituto Américo Castro.

Un centro educativo que a mediodía colocó las banderas a media asta, donde la cara más cruel del ser humano había estallado. En el instituto trabaja el padre de los menores, un administrativo que se encontraba de baja, según ha podido saber esta redacción, y estudiaba el mayor de los hermanos asesinados. Era muy querido. Sus compañeros le hicieron correr la carrera de atletismo del sábado pasado por las calles del pueblo, en una de las actividades de la Feria de Huétor Tájar. Él no podía porque aún estaba en silla de ruedas como consecuencia del accidente. Pero ahí estuvo, con sus amigos empujando la silla y junto al podio en la entrega de premios. Su abuelo, en su bicicleta, con la que daba vueltas a la ronda, le seguía de cerca.

Las clases no se suspendieron, salvo las del mismo curso. Sí se ha activado un protocolo y se está avisando a los padres de los alumnos para que acudan al instituto a recogerlos, incluso algunos padres, por cuenta propia, acudieron al centro para recoger a sus hijos, aunque no pertenecieran al mismo curso. Cuatro especialistas en este tipo de casos se han trasladado al colegio y al instituto en el que estudiaban los menores para ofrecer atención psicológica y ayudar a la gestión del duelo a los compañeros de los dos menores, según varias fuentes.

La dirección del centro prefirió no hacer ningún tipo de declaración. Sí algunos de los padres que han acudido a la puerta del Américo Castro, todos con el recuerdo del trágico accidente: "El abuelo, sobre todo después de lo de la mujer, decía que se iba a suicidar, pero no pensabas nunca que fuera a hacer eso con los niños. Si estaba así, tenía que estar más vigilado", se queja. "Era como siempre dice la gente en esto: eran muy buena gente", añade otra madre. A la salida del centro escolar, algunos padres que han ido a recoger a sus hijos los consuelan con un brazo al hombro, otros caminan sin más. Pero todos llevan la cabeza gacha.

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