Juan Ramón Romero, de locutor a torero
El periodista de Canal Sur toma la alternativa, mermado de facultades y con la ayuda de su padrino, Enrique Ponce

La corrida goyesca de la prensa tenía muchos alicientes para disfrutar de un espectáculo taurino. Por un lado, la alternativa de un periodista, Juan Ramón Romero, de manos de dos consumadas figuras, Enrique Ponce y Manzanares, y por otro, la vistosidad de una corrida goyesca.
Es evidente que triunfó la emotividad de la tarde y la generosidad de los tendidos, porque las tres puertas grandes no fueron gracias a la colaboración de los toros de Román Sorando, que pusieron la nota negativa, tanto por su escasa presencia, como por sus nulas fuerzas y poco juego y transmisión. Cuando falta el toro siempre hay que recurrir a cualquier otro argumento para salvar la tarde. Los había de sobra y la disposición de todo el mundo hizo que el festejo saliera a pedir de boca para promotores y actuantes.
Juan Ramón Romero venía infiltrado y muy mermado de facultades y eso se notó. El toro de la alternativa no decía casi nada. Rodó en el caballo y en banderillas, fue protestado y casi imposible, pero al menos permitió al periodista realizar la ilusión de su vida: ser torero. El toro no era fácil de lucir, pero se puso y, pese a manifestarse algo forzado, estuvo todo lo digno y aseado que permitieron las circunstancias y el oponente, incluso con algún detalle lucido.
En el sexto todo tuvo un tinte heroico. Juan Ramón ya no podía más. Empezaban a faltarle los recursos y no tenía fuerzas. Pese a intentarlo con voluntad necesitó de la inestimable ayuda de peones, y sobre todo de Ponce, para poder rematar la faena y, por ende la tarde, con la mayor dignidad posible.
Enrique Ponce ejerció en todo momento de padrino de ceremonias, y además tapó como pudo a sus dos toros de las evidentes malas condiciones. Su primero fue muy blando y no decía nada, pero ahí estaba el maestro para mostrarse dominador por encima de su escaso oponente. Dos tandas al natural sin emoción fue lo más lucido. Aún peor fue el cuarto, un toro sin fuerzas ni emoción que se rajó con rapidez. Ni la cabeza privilegiada de Ponce ni su faena cuidadísima suplieron las deficiencias del astado, pese a que el público premió el esfuerzo ante aquel marmolillo.
José María Manzanares estuvo muy digno toda la tarde. Los dos toros que le correspondieron en suerte no daban para más, pero al menos dejó algún destello de su toreo artístico en tandas por el pitón izquierdo, pese a no poder lucir continuidad en las faenas. El gran esfuerzo en los remates y las ganas de agradar le abrieron también la puerta grande.
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