Tribuna Económica
José Ignacio Castillo Manzano
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Patrimonio en vivo
Quienes hoy día llegan a Guadix desde el norte, tras dejar la A-92, se encuentran con una ciudad que se ha ido extendiendo, especialmente en los últimos cien años, a lo largo del cauce del río de igual nombre y con un piedemonte arcilloso como telón de fondo, en el que se encuentran excavadas sus famosas cuevas. Dominando este caserío, la imponente Torre de la catedral que, con su más de treinta metros de altura, avisa de la riqueza artística que atesora esta ciudad, que antes fue islámica, romana e ibérica.
Y al igual que hoy, hace 2000 años, quienes llegaran desde el norte por la vía romana que comunicaba con Cartago Nova (Cartagena), se encontrarían con otro edificio dominando visualmente el espacio de la recién construida ciudad a la que Roma llamó Colonia Iulia Gemella Acci, fundada para acoger a veteranos de dos de sus legiones poco antes de la proclamación de Augusto como primer emperador (en el 27 a.C.) Y decimos dominando y no destacando porque debía impresionar ver, a la entrada de la colonia, un teatro que con su pórtico ajardinado suponía el 10% de la superficie construida de ésta.
Aparecido en julio de 2007, durante los rebajes para la construcción de un parking subterráneo en los terrenos de una antigua huerta histórica junto al extremo noroeste de la muralla islámica, las intervenciones arqueológicas que de forma intermitente se vienen realizando desde entonces, permiten hacernos una idea del esplendor de este edificio que se mantendría en uso hasta finales del siglo II d.C.
El teatro tendría una altura de dieciséis metros y un perímetro exterior cercano a los ochenta metros. El escenario donde se desarrollaban las representaciones teatrales tenía 38 metros de largo por 7,50 metros de ancho; bajo las tablas existía un semisótano donde se encontraban los mecanismos que movían los decorados y un foso excavado con cinco pilares de sillares superpuestos con hueco interior donde se escondían los postes que bajaban el telón.
De la suntuosidad que debió tener el escenario, nos hacemos una idea por los frescos que aún se conservan en el frontal del muro que lo separaba de la orchestra, ese espacio semicircular que está delante del escenario y donde se encontraban las gradas preferentes de mármol para asiento de las personas más importantes de la colonia. Impresiona ver como la orchestra del teatro de Guadix no es un mero recorte del terreno como en la mayoría de los teatros romanos, sino que se trata de una plataforma de 19,70 metros de diámetro formalizada con toneladas de sillares de arenisca para dar estabilidad a este espacio ante las fluctuaciones de la capa freática, oportunamente drenada por un canal subterráneo que saca, aún hoy día, el agua fuera del teatro. Del graderío (cavea), la parte peor conservada, queda el arranque de tres de las cinco escaleras de acceso y parte de las seis primeras gradas.
Y, por si fuera poco, el de Guadix es uno de los escasos teatros de todo el mundo romano (cuatro en Hispania; una veintena en todo el imperio) que tenía una porticus post scaenam, un espacio porticado de jardines detrás del escenario. Esta es la parte mejor conservada de todo el conjunto ya que estaba construida en una terraza inferior, cuatro metros y medio por debajo de la cota de uso de la orchestra.
La excavación arqueológica que desde el mes de mayo se viene realizando en la porticus, gracias a las ayudas otorgadas por el GDR de Guadix y que están cofinanciadas en un 90% por el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER) y en un 10% por la Junta de Andalucía, está arrojando valiosa información acerca de la construcción del pórtico (con alzado de muros de más de cuatro metros), la doble inundación que le afectó antes de finalizarlo que obligó a elevar la cota de los jardines y, ya en el siglo III, el cambio de uso cuando el teatro se abandona y se construye un molino hidráulico junto al canal del pórtico.
Para finalizar, un último dato que permite imaginar la monumentalidad que debió tener el Teatro romano de Guadix: ocho siglos después de su abandono aún seguía utilizándose como cantera y los andalusíes que levantaban el Torreón del Ferro lo hacían con sillares sacados de sus cimientos.
En la tratadística que ha ordenado en los últimos años las tareas de recuperación del patrimonio monumental arqueológico, hay un elemento fundamental que no suele recogerse en sus páginas; es el que tiene que ver con el compromiso personal y la entrega de algunos profesionales que, sobre todo con su propio esfuerzo, consiguen impulsar proyectos que cualquiera consideraría imposibles.
Si quieren un ejemplo de este tipo de personas, no hay que ir demasiado lejos; simplemente hay que acercarse a Guadix y buscar a Antonio López Marcos, el arqueólogo que lleva dedicando su cuerpo, grande, y su alma, más grande aún, al teatro romano desde que apareció en la Huerta de los Lao en el año 2007, en las obras que se realizaban para un aparcamiento en la entrada del municipio.
Las variables que un profesional de esta naturaleza, puede introducir en la difícil tarea de investigación, restauración, conservación y difusión de un elemento monumental de tal envergadura, aunque difíciles de medir, tienen capacidad suficiente para modificar de forma sustancial el desarrollo de un proyecto que, puesto en manos de otras personas, podría seguir hoy durmiendo bajo tierra un sueño casi eterno, como bajo tierra duermen en Granada, por ejemplo, proyectos como la Villa Romana de los Vergeles, la Muralla Zirí o muchos otros en la provincia.
El Teatro Romano de Guadix es hoy un activo patrimonial fundamental para Guadix, para la provincia de Granada y para toda Andalucía y Antonio López Marcos supo, desde el principio, ver las posibilidades de futuro de ese patrimonio, peleó para que nunca se parase el proyecto, buscó dinero, y nunca mejor dicho, debajo de la piedras y afrontó la imposible empresa, no sólo con valentía, sino sobre todo, con una generosidad que no es fácil ver en una profesión en la que abundan los celos y las envidias de tanto prescindible cantamañanas de los que inundan el mundo del patrimonio histórico, más expertos en crear problemas que en solucionarlos.
Guadix y su teatro están a treinta minutos de Granada. Igual merece la pena acercarse. Seguro que no se arrepienten.
Juan Cañavate
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