La provincia de Granada se 'muda' al Cinturón y al Litoral
Granada se puebla
El Área Metropolitana y Motril son los principales núcleos urbanos en cuanto a la inmigración en los últimos 30 años
Las zonas rurales son las que más habitantes han perdido
Las ciudades de Granada se feminizan mientras el campo es masculino
La provincia de Granada va a tener que aflojarse el Cinturón después de todo el peso poblacional que ha ganado en los últimos treinta años. Esta es una de las principales conclusiones que pueden extraerse de Despoblación y despoblamiento en la provincia de Granada, 1991-2020, de José Antonio Nieto Calmaestra, en el que analiza el flujo poblacional de esta zona de Andalucía en las últimas tres décadas. Este documento, elaborado por la oficina de Ordenación del Territorio de la Junta, deja bien a las claras uno de los principales problemas de la provincia: el éxodo generalizado de gran parte de su territorio, con destino al ya mencionado Cinturón y parte de la Costa, especialmente Motril y su área de influencia.
Durante los últimos treinta años, estas zonas han experimentado importantes crecimientos poblaciones (superiores al 2% anual), pero además no contarían con factores de riesgo para el despoblamiento, lo que invita a pensar en una estabilidad, que mantendría la situación a corto y medio plazo.
A este éxodo tampoco es ajena la capital, que ha perdido 21.876 habitantes en los últimos treinta años, debido al asentamiento de los jóvenes en el Área Metropolitana por la mayor asequibilidad de la vivienda, según explica Nieto Calmaestra.
Pero es sin duda la Granada rural la que más ha sufrido esta sangría poblacional. Así, zonas como los Montes Orientales, la Alpujarra o el Altiplano han experimentado decrecimientos anuales superiores al 2%, en contraste con el crecimiento del 0,5% que, de media, se ha registrado en la provincia desde 1991.
Lo que ocurre en la Granada rural no es ninguna excepción, sino que es el reflejo de la España vaciada, ese término que condensa las emigraciones de gran parte del territorio nacional hacia lugares con más oportunidades de futuro. Lo interesante, no obstante, del estudio de Nieto Calmaestra es que ofrece algunos factores que podrían explicar este éxodo rural en el caso de la provincia de Granada.
Uno de ellos sería el propio territorio que, debido a la altitud o la escasez del suelo, complica la posibilidad de aprovechar el medio y desarrollar actividades productivas por parte de sus habitantes, una situación que en las sierras granadinas se ha dejado notar especialmente, convirtiendo al lugar en un “medio frágil, de débil ocupación y de abandono demográfico temprano”, en palabras del autor del estudio.
Otro factor es el aislamiento geográfico con “los centros abastecedores de servicios”, ya sea la capital o la cabecera comarcal, que Nieto Calmaestra fijaría en media hora de desplazamiento. Este factor tiene su claro reflejo en otro de los señalados por el autor, el tamaño de los asentamientos, ya que un núcleo poblacional pequeño no suele contar con suficientes servicios básicos, lo que obligaría a sus habitantes a marcharse a otro municipio mayor, menguando así el suyo de origen y alejando aún más la posibilidad de que su pueblo de origen cuente con dichos servicios.
De hecho, en este sentido Nieto Calmaestra ofrece una interesante comparativa, según la cual, de los núcleos urbanos con menos de 50 habitantes que se contaban en la última década del pasado siglo, el 36% ha perdido aún más población, mientras que apenas un 4% la han aumentado.
Todos estos flujos migratorios han terminado por configurar, a lo largo de treinta años, un nuevo mapa de la provincia en función de su crecimiento o caída del censo, pero especialmente sobre las posibilidades de futuro para el retorno de sus emigrados.
En este último grupo, que Nieto Calmaestra califica como ‘terminal’, se encontraría por ejemplo zonas como Castril o Baza, que en los últimos años habrían caído más de un 2% anualmente su población, además de contar con estructuras demográficas desequilibradas (entornos masculinos y envejecidos) y un reducido sistema urbano.
Geográficamente, son zonas alejadas de la capital, de hecho muchas hacen frontera con Almería, lo que vendría a corroborar la teoría del distanciamiento como motivo de ‘huida’. De hecho, a medida que nos acercamos a la capital, encontramos los núcleos poblacionales de crecimiento ralentizado, según la terminología del autor, que se caracterizarían por un retroceso de habitantes debido a la coyuntura económica o la propia falta de atractivos la inmigración. En este grupo se encontraría por ejemplo Guadix o parte de los Montes Occidentales, zonas que se encuentran además bien posicionadas con los principales ejes de comunicación de la provincia.
Los flujos poblacionales de la provincia han terminado por crear una maraña que será difícil de desenredar, de hecho el propio autor considera “imposible de revertir”, especialmente teniendo en cuenta que se trata de un problema que acumula más de treinta años. Sin embargo, elementos como la mejora de las conexiones, con avances significativos como el Corredor Mediterráneo; o de las telecomunicaciones, con la implantación cada vez mayor del teletrabajo, invitan a cierto optimismo que permita ‘repoblar’ parte de la Granada Vaciada
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