"Lo difícil no es aprender la técnica y saber esculpir, lo difícil es sobrevivir"
Entrevista | Ángel Asenjo Fenoy, escultor
El escultor granadino habla, con motivo del Día Internacional del Escultor, cómo es su trabajo: las vicisitudes que entraña y cómo se forjan sus orígenes y su carrera
Granada/La escultura es una de esas manifestaciones histórico-artísticas que han acompañado al ser humano desde la noche de los tiempos. Desde la Venus de Willendorf, en los orígenes remotos de nuestra historia, a las sugerentes formas que Chillida ideó para peinar los vientos a las orillas del Cantábrico. Una proyección del alma, a través de las formas, que ha hecho posible que el mundo quiera reconocer y aplaudir al trabajo de aquellos artistas que, a través de sus manos, dan forma a la nada para crear arte.
El pasado día 6 de marzo, precisamente, fue su día. El Día Internacional del Escultor. Pero como suele ocurrir no siempre es oro todo lo que reluce ni el trabajo de los artistas cuenta con el reconocimiento, ya no solo artístico, sino profesional que se requiere. Para hablar de todo esto y de más, Ángel Asenjo Fenoy abre las puertas de su taller.
De Guadix al mundo.
Soy Guadix como podría haber nacido en otro lado, pero mi vida y mi trabajo lo tengo aquí, en Granada. No reniego de mi tierra, pero llevo más de 35 años viviendo aquí. Con mi familia, mi casa y mi taller.
¿Cómo nace en ti la inquietud del arte y de la escultura? No sé si tu padre, su labor como investigador e historiador, ha influido.
No sabría decirte desde cuándo, diría que desde siempre. Desde niño tuve esa necesidad de expresarme. Era como un juego: con plastilina, con un papel o con otros materiales para hacer cosas. Evidentemente, el entorno de mi casa, de mi padre, con un ambiente culto, hizo posible que tuviera inquietud por la cultura. Quizá, en otro ambiente y en otro entorno no hubiera sido posible. Hubiera trabajado en una tienda o en el campo.
¿El arte es una forma de vida? ¿En qué momento deja de ser una inquietud como niño para terminar siendo una profesión?
Es una necesidad. Es una manera para autoconocerte, para expresarte y reflejar tu personalidad. Cuándo empecé a verlo como una oportunidad profesional fue ya de adolescente, cuando empecé a ir a la Escuela de Artes, luego a la facultad y a Roma. Pero siempre ha estado ahí: recuerdo de niño, cuando iba a una comunión o a una boda, quedarme embobado en la iglesia viendo las imágenes y querer siempre hacer algo así. De ahí mi curiosidad.
Escultor y también profesor, ¿cómo se compagina esa doble vida, esa doble faceta?
Con un poco de frustración, la verdad. Ves cómo de la administración le van quitando horas a las Artes, ya sea la Plástica o la Música, y todo lo que no sea Inglés, Informática o Robótica está denodado. Así los niños terminan por ver el arte y este tipo de materias como una maría, donde uno pinta un rato.
¿Y saben tus alumnos tu otra cara como escultor?
Muchos de ellos no. Como anécdota decir que una vez pedí que trajeran periódicos para forrar las mesas y no mancharlo todo y, casualmente, en uno de ellos había un artículo donde salía yo como escultor. Para la mayoría fue una sorpresa.
Y andando en las aulas, entre las jóvenes mentes del mañana, ¿se crea cantera, hay posibilidad de que salga tu propia bottega?
A algunos sí les interesa de verdad el arte y es un orgullo saber cómo, en parte, ese veneno se lo has inculcado tú. Pero como imagineros, no. Sería una ilusión, porque ahí está el verdadero reconocimiento: ver cómo alguien quiere seguir los pasos que tú has proyectado. Pero la juventud, hoy en día, está por otros caminos: muy pasiva, con todo a golpe de clic... pero también te encuentras gente apañá.
¿Cómo es salir del bullicio del aula y meterte en la soledad de tu taller?
Desconectas y cambias de tercio, pero también es muy absorbente. Sales de clase y sabes que aún te quedan por delante 9 o 10 horas de trabajo en el taller. Sí tiene una parte poética, de creación, pero tiene también muchas horas de trabajo mecánico: con un frío que te mueres, con las manos congeladas, con dolor en la garganta... y sabes que al día siguiente toca más. La parte creativa tiene esas dos caras, una muy inspiradora pero otra que es bastante desagradecida.
¿Cuál fue ese momento en el que todo empieza como artista profesional, en el que alguien se interesa por tu trabajo y reclama una de tus obras?
Desde pequeño, en el colegio algunos compañeros me compraron algunos trabajos para hacerlos pasar por suyos ante los profesores en Plástica o Pretecnología. Puedo decir que aquellos fueron mis primeros mecenas, aunque fuera con fines fraudulentos [Entre risas]. Más adelante, en la Escuela de Artes, vendí una Inmaculada, versionando la de Cano, para un sacerdote de Córdoba, pero oficialmente mi primer gran encargo fue para la Cofradía del Cristo del Amor, en El Viso del Alcor, para la que hice toda la imaginería del paso.
Y de ahí a terminar emulando a Torcuato Ruiz del Peral, haciendo la imaginería del coro de la Catedral de Guadix.
Puedo decir que ha sido la obra más importante que hasta ahora he hecho en mi vida. Fueron más de veinte años de trabajo y cuarenta esculturas. Ese proyecto me ha acompañado a lo largo de mi vida, con mucha responsabilidad, porque además cuando empecé aún había gente que recordaba cómo era el coro originalmente. Además trabajar para un edificio que es BIC, con lo que ello supone, y queriendo estar a la altura de mi admirado Torcuato Ruiz del Peral. Tenía miedo de no dar la talla, nunca mejor dicho.
Arcilla, madera, torno, gubias... ¿qué tipo de escultura define mejor tu trabajo?
La imaginería religiosa, por que además te permite no sólo acercarte a la religión, también al sentimiento y poder trasladar las emociones: el dolor, la angustia, la alegría... Puedes adentrarte en el misticismo, en la introversión. Cuestiones en las que otros géneros no reparan y son más superficiales.
Una escultura que, además, revindica tus orígenes: la escuela granadina.
Es que es ahí donde nace el pellizco, en las iglesias cuando veía a Mena, a Mora o Ruiz del Peral. Esa es mi lengua materna. Esa es tu forma de entender la belleza, ese es el tipo de imagen que tiene a la cabeza cuando haces un cristo o una virgen. No es copiar, como a veces se dice, es lo que te sale por que ese es el idioma que has aprendido y lo tienes dentro de ti aunque no seas consciente de eso.
De hecho tu trabajo, a partir de los años 2000, viene a reivindicar precisamente ese legado.
Más bien a mantenerlo. Poco a poco se va reconociendo la importancia de la escuela granadina de escultura, pero va muy despacio. Ha sido necesario, tristemente, que se haya tenido que reconocer el arte granadino fuera para que ahora nosotros empecemos a hacerlo. Revela un complejo de inferioridad muy grande, cuando Granada uno de los focos más punteros de todo el Barroco. Solo tienes que ver, en Granada, si hay alguna calle o algún colegio, incluso la Escuela de Artes, que lleve el nombre de Pedro de Mena, de José de Mora o de José Risueño.
Eso es cierto. Pero, en cualquier caso, la escuela granadina contemporánea, salvo excepciones, no ha tenido tampoco una gran calidad ni proyección...
También llegaban de fuera obras que no tenían mucha calidad. Ha sido más un complejo. Pero ahora empieza a ver más un gusto por lo local y reivindicar lo nuestro. Aunque ahora falta que esa reivindicación se materialice en encargos. Dicen que no hay escultores, que no hay tallistas... pero lo que no hay son encargos. Para que haya oferta tiene que haber demanda. Mira en el bordado: cuando se ha apostado por el bordado, han aparecido bordadores de mucha calidad. Con la escultura pasa lo mismo. He tenido compañeros muy válidos pero como no tenían trabajo han acabado trabajando en un Carrefour. Habiendo demanda, el artista sale a flote porque los artistas tenemos que comer de algo.
Lo de siempre. ¿Eso mismo te ha llevado a replantearte tu profesión?
Todos los días. Muchas veces uno se pregunta qué hace aquí viendo cómo se llevan los encargos afuera y aquí nada. Y aún así yo no puedo quejarme porque nunca me ha faltado trabajo, pero sí es verdad que hay mucho ninguneo. Y tienes que llegar a minusvalorar tu trabajo para poder competir con los precios de fuera. Y eso no lo pienso solo yo, también el resto de los artesanos que trabajan para la Semana Santa.
Dibujas un panorama desolador.
Bastante. De hecho, ha habido algún muchacho que ha venido a hablar conmigo y no he podido engañarle. Esto es muy duro. Para vivir de esto... tela marinera. Lo difícil no es aprender la técnica y saber esculpir, lo difícil es sobrevivir. Hay una serie de redes que mueven los encargos, con un montón de aspectos e intereses que nadie se puede imaginar. No se puede ser especialmente optimista.
Aún así tú has querido darle una vuelta, ¿no? La exposición del Convento de San Bernardo mostraba un imaginero bajo el concepto de un galerista. Es decir, una autoreivindicación de tu trabajo y tus posibilidades.
Es que si yo no hago esa exposición, a mí no me la encargan. De todas maneras era una exposición donde no quería solamente exponer mi obra también reivindicar una manera de hacer las cosas en Granada, en cuanto a presentación, ajuares, vestimentas... con nada menos que siete obras. No sabes lo que costó, de permisos y para que las hermandades cedieran incluso un rosario.
No sé si como consecuencia, pero tu nombre ha vuelto a la palestra con la última imagen titular que se ha incorporado a la nómina de hermandades y cofradías: la Virgen del Socorro.
Sí, aunque esa imagen no estaba en la exposición. Hace muchísimos años que tenía el busto hecho. Ha sido una gran responsabilidad, queriendo estar a la altura, sintiendo cómo por fin había llegado un cierto reconocimiento. Aunque también con esa responsabilidad, por ver cómo lo recibe la gente, los foros donde hay gente que pone todo verde... En cualquier, como todo artista, soy inconformista y lucho siempre por mejorar.
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