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La disciplina, entendida como una planificación sistematizada y organizada de una tarea, constituye una base necesaria en cualquier ámbito de la vida, también en el académico, para no dispersarse y lograr llevar a término un proyecto que va a requerir un tiempo más o menos amplio y un esfuerzo continuado. Sin ella, explica la psiquiatra y psicoterapeuta Ana Isabel Sanz –especializada en trastornos afectivos, ansiedad, infancia y adolescencia y directora del Instituto Psiquiátrico Ipsias y del departamento de Psiquiatría del Centro de Rehabilitación Dionisia Plaza de Madrid–, “sin establecer objetivos intermedios, tiempos aproximados de ejecución… resulta difícil que una meta compleja se alcance y lo más probable es que se convierta en una especie de travesía sin rumbo definido en la que nos perdamos o quedemos sometidos a esfuerzos titánicos de última hora para pasar exámenes, trabajos o exposiciones sin que realmente aprendamos o en los que, directamente fracasemos, porque nos vemos sorprendidos por los plazos cuando ya es demasiado tarde para reaccionar y asimilar los contenidos o procedimientos que implica una formación con una duración de varios meses a uno o dos años, que es lo que suele durar una cualquier proyecto de perfeccionamiento postgrado”.
Así, como se explicaba anteriormente, establecer unos plazos, distribuir la tarea en unos tiempos, planificar el tiempo que se va a dedicar a cada aspecto… en definitiva, establecer una especie de “mapa” de nuestra singladura formativa resulta básico para poder llevar a buen término y con aprovechamiento cualquier empresa académica, especialmente las de mayor calado. En las etapas superiores, incide Sanz, “este trabajo organizativo no depende tanto del profesorado como del estudiante que se adentra en esa aventura de formación y, sin disciplina, lo más probable es que o fracase o no obtenga todo el beneficio formativo que está a su alcance”. Por ello, continúa, “considero que la disciplina, eso sí flexible, resulta imprescindible para aprender realmente, sin agobios y sin sorpresas desagradables de última hora. Es la brújula imprescindible para llegar a puerto con los mejores resultados de una travesía que implica esfuerzo económico, intelectual y vital”.
La disciplina y la organización del tiempo en el estudio han de estar siempre presididas por la racionalidad y por la flexibilidad. Justamente, una adecuada distribución de objetivos, tiempos y contenidos nos protege de jornadas de estudio desmedidas, de carreras de última hora que nos agotan sin aportarnos los resultados deseados. Para la doctora Ana Isabel Sanz, “planificar con equilibrio significa intercalar períodos de trabajo bien utilizados, en los que nos concentramos, con otros de descanso en los que nos olvidamos de obligaciones y dejamos a nuestro cerebro descansar”.
Cuando “todo es estudiar”, sin permitirnos parar “porque no hemos llegado a lo que aspirábamos” es cuando debemos preocuparnos. “Más tiempo en la misma tarea no equivale a mejor rendimiento”, asegura la especialista para quien, de hecho, “la curva de la eficacia no es una línea que siempre crece, sino un progreso que alcanza un tope y luego desciende, perdiendo intensidad por efecto del cansancio mental y del propio estrés, que merma las capacidades de concentración y rendimiento cognitivo”.
Para la doctora Sanz, no hay un solo método para lograr una adecuada distribución de los tiempos de trabajo y de descanso. “Hay algunos más conocidos como la técnica pomodoro que sugiere 25 minutos de trabajo sin distracciones y 5 de descanso. Existen otros muchos, desde no dejar las cosas difíciles para el final o para mañana, confeccionar listas con las tareas pendientes…”.
Más allá de esas técnicas, si uno es honesto consigo mismo, “sabe que las tareas mentales requieren un rodaje, que implica trabajar todos los días un período más o menos constante con los menores distractores posibles y con una mínima planificación de lo que deseamos conseguir en esa sesión de trabajo”.
El entorno en el que lo hacemos es importante, “ha de facilitar la focalización en el objeto principal y evitar las distracciones (no viajes a la nevera, no conexiones a la televisión, la radio o a vídeos diversos). Como mucho, a algunas personas un fondo suave de música tranquila le pueden ayudar a concentrarse, pero posiblemente el silencio sea necesario en los momentos de mayor ensimismamiento”. Por eso, aunque al principio cueste, crear una rutina implica fijarse ciertos horarios cada jornada y respetarlos. “El estudio no deja de ser un trabajo en el que nosotros somos nuestros jefes. Si no nos estafamos, en un período razonable podremos encontrar mayor facilidad para permanecer más tiempo útil delante de lo que estamos haciendo. Ello no quiere decir que seamos intransigentes. Hay días que nuestra mente está más dispersa o cansada y debemos ser capaces de admitir cuándo es necesario hacer un descanso, aunque no estuviera previsto. La flexibilidad y el conocimiento de uno mismo son una de las mayores muestras de madurez. Quizá ese “día negro” necesitamos caminar, correr, hablar, escribir… para luego retomar nuestro plan a medio-largo plazo”.
Así pues, para desconectar, cada persona tiene preferencias distintas en cuanto a las actividades que le desconectan, le cargan de energía y le producen calma. En palabras de la doctora Ana Isabel Sanz: “Hay que conocerse para saber elegir lo que nuestra mente y nuestro cuerpo necesitan cuando está sobrecargado”. Para ella, ciertas personas necesitan la descarga de una actividad física intensa –desde correr hasta boxear–, otras necesitan la calma que les proporciona la música, la lectura o la escritura, también existen personas que se descargan viendo tiendas, comprando, hablando con amigos… En suma, concluye, “no hay fórmulas únicas, cada uno sabe (o debería descubrir) lo que le ayuda a desconectar la mente de la tarea en la que está concentrado. ¿Has descubierto ya la tuya? Pues no tardes, es tan importante como aprender a respetar los horarios de concentración; lo más negativo es mezclar el intento de concentrarse con estímulos distractores que no te llevan más que a frustrarte o sentirte más o menos culpable”.
_Horarios organizados, distribuidos de forma equilibrada a lo largo de una semana e intercalados con períodos de auténtica desconexión y descanso que incluyan otras actividades que nos permitan enriquecernos y no obsesionarnos con la tarea principal.
_Regularidad en lo que hacemos, sin posponer sin sentido aquellos plazos que nos hemos fijado.
_Establecer un buen entorno de trabajo que permita que nos concentremos adecuadamente durante períodos que no sean agotadores ni demasiado breves.
_Plantearnos la tarea con períodos de recapitulación de lo ya incorporado. Intercalar las actividades puramente memorísticas con otras de autoevaluación, autocuestionamiento sobre lo que realmente hemos comprendido, realizar ejercicios de recapitulación, con esquemas, cuadros sinópticos…
_Dejar tiempo suficiente para los trabajos de investigación que incluyen todos los cursos de postgrado, atendiendo bien a las normas que nos fijan y prestando atención y cuidado su correcta puesta en práctica.
_Dejar tiempo suficiente para el intercambio con los responsables de nuestro avance (tutorías), con el profesorado e incluso con compañeros con los que intercambiar puntos de vista, dudas y nuestros propios hallazgos, más allá de “lo que entra en el examen” o de la pura competitividad con el que puede “sacar más nota que yo”.
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