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Carlos Colón
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Esa calle, antes de ser calle, fue un señor. La magnífica frase con la que Nieves Concostrina inicia muchos de los relatos históricos en su programa, se puede aplicar, también, al callejero de Granada. Las más de 2.000 calles que conforman la ciudad guardan tras la placa de Fajalauza una leyenda, una costumbre de la zona o, en la mayoría de casos, la historia real de un personaje ilustre para Granada.
Dejando a un lado las biografías más conocidas como las que ponen nombre a las calles Ángel Ganivet, plaza Mariana Pineda, avenida Federico García Lorca o Calvo Sotelo, entre muchas otras, el entramado urbanístico de esta ciudad guarda entre callejones perfiles como el que se relata a continuación: el de un artista entregado a las bellas artes, a su ciudad y que desbordó humanidad en su profesión como médico.
En los pasos de la vida de Valentín Barrecheguren y Santaló se cruzaron los de la crema de la intelectualidad granadina. Él mismo formó parte de ella y contribuyó a su desarrollo en los últimos años del siglo XIX. Pese a su corta vida, no llegó a cumplir los 40 años, este hombre ejercitó varios brazos del hombre de Vitruvio.
Médico, pintor, empresario y académico, el granadino que tiene una calle en el Albaicín bajo, muy cerca de Gran Vía, nació en esta ciudad en 1853, aunque su ascendencia era vasca y catalana. De familia con 'moneda', tuvo la oportunidad de estudiar y de realizarse en el campo artístico y, en ambas facetas, fue un hombre reconocido.
Desde la Real Academia de la Historia, donde el de Granada tiene una página propia, relatan que sus primeras clases las obtuvo en el colegio de la Purísima, donde "cursa el bachillerato en el centro regido por los padres Escolapios". Al mismo tiempo, el joven Barrecheguren y Santaló también da sus primeras pinceladas en el lienzo teniendo como maestro a "Eduardo García Guerra, que lo fue también de Rafael Latorre, Gómez Mir, Francisco Vergara o Enrique Marín". Posteriormente, añaden, fue con Mariano Fortuny con quien "perfecciona la técnica, el colorido y la luminosidad".
Pero el pincel siempre estuvo bailando con el bisturí a lo largo de la vida de Barrecheguren. Durante toda su vida ejerció la medicina, desde que se doctorara en 1878 demostró su gran vocación humana al servicio de los otros, cuestión que demostró con creces tras los terremotos que azotaron la provincia de Granada en 1884 así como la epidemia de cólera que, al año siguiente, se cobró entre cuatro y cinco mil vidas. Su ayuda en ambas catástrofes le valieron, por un lado, ser nombrado Hijo Adoptivo de la localidad de Arenas del Rey, además de "la concesión de la Cruz de Beneficencia, estando en posesión también de la Encomienda de la Orden de Carlos III".
Se trata de un hombre que colmó el apelativo polifacético. No había 'sarao' intelectual que se le resistiese, desde tertulias hasta encuentros artísticos, pero su huella sea, quizás, más profunda, cuando se trate de hablar del Centro Artístico de Granada, del que fue miembro fundador en 1885 y parte de su Junta directiva hasta el momento de su muerte. "A su cargo corrió la decoración del salón de su sede con frescos de estilo pompeyano, homenaje a la antigüedad clásica y a destacadas figuras de la historia cultural granadina" explica la Real Academia de la Historia.
Duante aquellos años, Barrecheguren animó la institución con multiples actividades, como la creación del "taller de modelo y dirigió las clases de acuarela, en las que aplicó métodos innovadores" o con la puesta en marcha del "excursionismo montañero a Sierra Nevada con la expedición organizada en el verano de 1891, de la que recogió una serie de apuntes del natural y de fotografías". Tanta fue su dedicación y amor por esta ilustre institución granadina que la entidad le dedicó un boletín especial tras su muerte.
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