"La joya más preciada" del Senado es un cuadro de sello granadino

El presidente del Senado, el marqués de Barzanallana, se fijó en Pradilla, el artista del momento, para hacerle el encargo de la obra destinada a ocupar la Sala de Conferencias del Palacio

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'La Rendición de Granada', de Francisco Pradilla.

Calle Bailén 3, Madrid centro. Entre la Plaza de España y los jardines de Sabatini se encuentra un lienzo que preside una de las dos cámaras de las Cortes Generales del Gobierno de España, el Senado. Según el texto que publica la entidad, del autor Carlos Reyero Hermosilla, dentro del libro El Arte en el Senado, se trata de la joya más preciada de la extensa colección artística que se guarda en el Palacio del Senado, y, "seguramente también, la más espectacular y asombrosa que un pintor español llevó a cabo, dentro del género, durante el siglo XIX".

"Una de las obras capitales de la pintura española de todos los tiempos", así definen en este libro de las Cortes una estampa que relata un hecho histórico que pugna con muy pocos otros por ser el más definitorio de la historia de España y de Granada. Estamos ante La rendición de Granada (1882), de Francisco Pradilla, una obra pictórica que relata la entrega de la ciudad del rey Boabdil a los Reyes Católicos, cuando el territorio era el último reducto sin conquistar por los monarcas castellanos.

Pero la importancia de este cuadro trasciende el relato del mismo, dice Reyero Hermosilla que "su extraordinaria fama" está sustentada, sobre todo, "en su fastuosidad escenográfica y en su minuciosidad descriptiva". Así, esta obra lanza imágenes, colores y detalles que atrapan la mirada, que no sabe en qué lugar posarse por exceso de estímulo.

De Granada a Roma: el viaje 'vital' del cuadro

La rendición de Granada se comenzó a gestar en Granada, donde el pintor decidió asentarse durante un tiempo para "conseguir los datos más precisos sobre el paisaje, la arquitectura e, incluso, el ambiente atmosférico que necesitaba la escena, aspecto esencial dentro del realismo pictórico", algo que preocupaba a su autor.

No por ello, diría Pradilla en una carta de entrega al Senado, era su intención excluir de la obra "la poesía y la grandeza con que se nos presenta envuelta la Historia". Esto explicaba, dice el texto del libro sobre la colección artística de la Cámara alta, que "la elaboración final y conclusión del cuadro" tuviera lugar en Roma, "desde donde Pradilla envió el cuadro al Senado".

Un encargo al artista del momento

Pradilla era uno de los artistas del momento. Su cuadro, Doña Juana la Loca (Madrid, Museo del Prado, Casón del Buen Retiro) gozó de un triunfo atronador al recibir la medalla de honor en la Exposición nacional de 1878, lo que le valió, además, que el presidente del Senado de aquel momento, el marqués de Barzanallana, se fijara en el artista para hacerle el encargo de una obra destinada a ocupar la Sala de Conferencias del Palacio. Dicha estancia, cita el texto de Reyero Hermosilla, " a lo largo de estos años sería ornamentada con esculturas y pinturas protagonizadas por grandes personajes de la historia, en un conjunto iconográfico destinado a exaltar la gloria nacional".

Esto, por tanto, concuerda al milímetro con el propio encargo hecho por el marqués al pintor que especificaba que la obra tendría que tratarse de "la rendición de Granada, o entrega de llaves por Boabdil a los Reyes Católicos, como representación de la unidad española; punto de partida para los grandes hechos realizados por nuestros abuelos bajo aquellos gloriosos soberanos".

Una obra que movía masas

La obra tuvo se acercó al pueblo desde el primer momento. Desde que fuera presentada en Roma, "donde ya obtuvo el aplauso de la sociedad romana", hasta que, al poco tiempo, cuando ya estuviera instalada en su residencia permanente "donde acudió a contemplarla el Rey Alfonso XII, que concedió a Pradilla la gran cruz de Isabel la Católica".

Dice el texto de la Cámara alta que las crónicas periodísticas de aquel momento hablaban de "masas [que] acudían a contemplar el lienzo y se extasiaban ante aquellos prodigios de color y primorosos detalles". También fue expuesta en Munich, en 1883, "lo que ocasionó un acalorado debate en el Senado sobre la conveniencia de su préstamo, para lo que tuvo que intervenir el propio pintor, ofreciéndose, incluso, a remediar el daño que pudiera sufrir". Unos años después, en 1889, recaló también en la Exposición Universal de París, "en un momento definitivo para el descrédito del género, lo que, prácticamente, dificultaba su consideración artística".

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