La leyenda del Aljibe de la Vieja
Vivir Ciudad
Granada/No resulta extraño pasear por el Albayzín y encontrar a grupos de turistas que, en su afán por ubicarse, utilizan desde mapas tradicionales hasta aplicaciones de geolocalización. El entramado de calles del barrio confunde incluso a los granadinos más veteranos, que pueden llegar a desorientarse llegando a miradores desconocidos. Tan sólo la panorámica de la Alhambra es protagonista entre un sinfín de fachadas encaladas al más puro estilo mediterráneo.
Las particularidades del viejo arrabal hacen que sea único en el mundo, y justamente ese es el secreto del éxito. Granada ha evolucionado, pero el Albayzín tiene unos ritmos de vida diferentes. Desde su origen, los albayzineros han ensalzado el modo de vida granadino, que se ha difuminado en las nuevas barriadas de la ciudad.
El tránsito por sus calles puede ser uno de los principales problemas de los vecinos en la actualidad, junto a la gran cantidad de turistas que interrumpen la cotidianeidad de los vecinos. No obstante, los habitantes del popular barrio han tenido que afrontar dificultades desde hace siglos.
Las galerías subterráneas del Albayzín
La imposibilidad geográfica de conseguir agua en la propia colina propició la construcción de los clásicos aljibes, que colman cada rincón del barrio. Las galerías subterráneas trasladan el agua por las diferentes zonas, dotando de este bien a todo el Albayzín. La incorporación de estos aljibes públicos permitía el desarrollo de las familias que habitaban el barrio, llegando incluso a servir como reservas de agua en épocas de sequía. El Aljibe del Trillo, el Aljibe del Rey o el Aljibe del Peso de la Harina son algunos de los más conocidos por los granadinos.
Los rumores causaban estupefacción entre los albayzineros, que asociaban la existencia de criaturas paranormales y fantásticas a cada aljibe. Las historias y leyendas corrían como la pólvora entre los granadinos, que cada vez eran más crédulos.
El huerto de María La Tomillo
El Aljibe de La Vieja era propiedad de una vecina muy particular. María La Tomillo utilizaba el agua de su aljibe para regar cada día una higuera que brotaba en su huerto. La frondosidad de la planta y sus espectaculares frutos generaron envidia entre los vecinos, que cada vez que pasaban cerca intentaban probarlos.
La obsesión de María por su planta hizo que, día tras día, dedicara todas sus horas a vigilar la higuera. No permitía que nadie se acercara, ya que era todo y cuanto ella quería. Cuenta la leyenda que, abrumada por el éxito de sus frutos, le ofreció su alma al mismísimo diablo. “Que los higos pasen a ser agrios y amargos, para que nadie me los arrebate jamás”.
Pocos días después, el cuerpo de María La Tomillo apareció sin vida junto a la higuera que tanto amaba. Los frutos seguían brotando sin cesar pero, al caer la noche, muchos vecinos aseguraban ver una sombra junto a la higuera, que observaba a todo aquel que pasaba cerca de la zona.
El rumor se extendió rápidamente por todo el Albayzín, y no tardaría en llegar al centro de la ciudad. El Arzobispado, ante el terror de los granadinos, decidió exorcizar el aljibe y arrancar la higuera. No obstante, el tallo de la planta volvía a brotar una y otra vez. Hay quien dice que María La Tomillo sigue custodiando el lugar, y deambula por algunas de las calles más estrechas del Albayzín. Los más incrédulos prefieren pensar que tan sólo se trata de una leyenda pero, pocos valientes se acercan al lugar en plena noche.
También te puede interesar