RIVALES | CRÍTICA

Tenis de dobles y de tríos

Zendaya y Josh O'Connor encabezan el reparto del filme.

Zendaya y Josh O'Connor encabezan el reparto del filme. / D. S.

Luca Guadagnino rodaba largometrajes de ficción de tarde en tarde para alivio de quienes no sentimos gran interés -o ninguno- por sus propuestas. The protagonists en 1999, Melissa P en 2005, Yo soy el amor en 2009 y Cegados por el sol en 2015. Después aceleró su ritmo con Call Me by Your Name (2017), Suspiria (2018), Hasta los huesos (2002) y, ahora, Rivales (2024) para gozo de sus muchos admiradores y hastío de sus pocos detractores, entre los que me cuento. Este presunto Visconti trufado de Bertolucci, sin por supuesto alcanzar a ninguno de los dos ni de lejos, ni tan siquiera al segundo, ha elaborado una fórmula perfecta para satisfacer las exigencias de quienes se tienen por espectadores exigentes. Estilismo visual, argumentos de los que antes se llamaban fuertes y pasiones desatadas hasta extremos caníbales.

Aquí plantea un apasionado, fogoso, incendiario triángulo en una en el mundo del tenis en su primera incursión en Hollywood, adaptando su marca de atrevido autor europeo a la forma más comercialmente atractiva de un  casi thriller erótico deportivo que arrastra a sus tres intérpretes de lo más alto a lo más bajo de la profesión y de las pasiones. El tratamiento va de una pirotecnia visual que alcanza sus momentos más arrebatados en los partidos de tenis a una pirotecnia física que se complace en los cuerpos de sus intérpretes atrapados en una relación -o entregados a ella- que por ser de Guadagnino es deliciosamente destructiva.

Algo de Jules y Jim parece transparentarse, que Truffaut me perdone, también algo de relaciones insanas entre hombres o entre tríos muy a lo Extraños en un tren (¡el tenis!) o El talento de Mr. Ripley, que Patricia Highsmith me perdone, en esta historia de tres tenistas, dos hombres amigos (Josh O'Connor y Mike Faist) y una mujer (Zendaya) que les hará dejar de serlo, que se aman, se dejan, se reencuentran, se destruyen o son destruidos por las circunstancias. La película lo cuenta dando saltos atrás en el tiempo (lo que me recordó el largo flashback que es El demonio es una mujer como recurso para mostrar el triunfo final del poder de seducción de una mujer: el personaje de Zendaya tiene mucho de femme fatale), espoleando un guión que no da para tanto con una invasiva música de Trent Reznor y Atticus Ross y una fotografía estetizada, estecista y pródiga en efectos impactantes del tailandés Sayombhu Mukdeepron, que en alas del director Apichatpong Weerasethkul saltó al cine internacional, trabajando con Guadagnino desde Call Me by Your Name.

Con estos dos recursos forzados al máximo en un deliberado cultivo del exceso y las en muchos sentidos intensas actuaciones de sus tres intérpretes este melodrama con abundante aderezo erótico y ribetes de film noir pasional gustará a quienes guste el cine de Guadagnino y quizás, esta vez, a alguien más por el paso que ha dado en busca de las grandes audiencias ayudado (y producido) por Zendaya.  

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