La casa | Crítica

Unos días con la familia

David Verdaguer en una imagen de 'La casa'.

David Verdaguer en una imagen de 'La casa'.

Basada en la premiada novela gráfica de Paco Roca publicada por Astiberri en 2015, La casa pulsa con suavidad y verdad autobiográfica todas esas teclas de la emoción reconocible en las experiencias familiares del duelo, viajando a través del recuerdo hacia los rincones de la infancia y la juventud perdidas, los afectos soterrados, los gestos reveladores o las palabras no dichas entre padres, hijos y hermanos alrededor de una casa en el campo cuyo valor va mucho más allá de la arquitectura o las vistas.

Esa modesta casa paterna se convierte aquí en refugio y máquina del tiempo que activa la memoria sensorial de los personajes, en un espacio ahora abandonado e invernal que, durante apenas unos días de reencuentro, proyecta en cada uno de los hermanos no sólo las imágenes fugaces y los olores veraniegos del pasado, también su despedida de un padre (Luis Callejo) al que tal vez no cuidaron lo suficiente pero que les ha dejado una profunda huella en el carácter.

Tres hermanos dispares que complementan el recorrido de ida y vuelta de una película que ha sabido traducir con sutileza el tono justo todas esas emociones, frustraciones, complejos, desacuerdos, rencillas y arrepentimientos que atraviesan a cualquier familia en el trance obligado de pasar página, cerrar puertas, bajar persianas y emanciparse definitivamente hacia el futuro.

Álex Montoya (Lucas) hace suya con tacto y sensibilidad la orfebrería gráfica de Roca, sobre todo gracias a unos personajes que respiran autenticidad gracias al trabajo de David Verdaguer, Óscar de la Fuente (gran descubrimiento), Lorena López o una Olivia Molina que, junto a las dos niñas o el vecino entrañable que encarna Miguel Rellán, funcionan como necesario punto de vista externo sobre las dinámicas familiares singulares y enquistadas, desanudadas en un dilatado abrazo a tres que condensa y sublima todas las emociones reprimidas de una vida común.