Como alguien ya ha afirmado, casi transcurrido medio siglo de la muerte de Franco –el último dictador de la historia reciente de nuestro país– hemos tenido que volver a mentalizarnos de la necesidad de defender a España de un tirano en potencia, esta vez manifiesto sólo en voluntad de serlo y con la pretensión, ha dicho –el muy insolente– para defender la democracia. Pedro Sánchez, aún presidente del (des)Gobierno, no se sabe aún a ciencia cierta el motivo o la razón última, ha vuelto a tomar el pelo a todo el mundo. Este histrión falaz, redomado embustero que miente hasta en los gestos y la mirada, ha hecho una pirueta propia de una criatura inmadura y huera de verdaderos nobles ideales, engañando –o tratando de engañar– a todos, afirmando que se tomaría unos días para meditar si le valía la pena proseguir en el cargo de presidente, cuando, en la realidad, este comediante lo que ha pretendido no ha sido sino atemorizar a sus correligionarios y seguidores con su marcha y suscitar, al mismo tiempo, gran ilusión y alegría en sus adversarios, haciendo o queriendo hacer pensar a todos que se retiraría. Lo que de verdad ha conseguido ha sido decepcionar a todos permaneciendo en su amado cargo.

Dijo que su sufrimiento lo era por amor. Y fue lo cierto, pues nada más que a si mismo se adora el narciso que, si le valiese, sólo caminaría por estancias de espejos para admirar, con ponderación hasta el extremo, su propia y más admirada figura. Y lo peor es que vive en una irrealidad paranoica, despreciando a todo el que no besa las huellas que a su majestuoso paso pueda ir dejando en su elegante e incomparable caminar.

La Historia de España, esa gran historia que se escribe con mayúsculas, pues ha sido padecida o gozada por todos los españoles, no está exenta, muy especialmente en los siglos más recientes, de algunos personajes que se han levantado contra o han utilizado el poder constituido –algunas veces legalmente constituido– para “defender”, siempre para “defender” –han dicho– a los demás españoles de algún mal que a su juicio o des juicio les o nos acechaba. Al cabo no han resultado, precisamente verdaderos héroes, sino sólo de ficción en los tebeos, como El Capitán Trueno, El Coyote o El Guerrero del Antifaz, no llegando a ser, como en este triste y ridículo caso, ni tan siquiera Pedrín–pese a la coincidencia del nombre– que aunase en sí mismo la astucia, la perspicacia y la honorabilidad de todo un Roberto Alcázar.

No, tratamos sólo de Pedro Sánchez, ese personaje que sigue sus propias personales ambiciones, aunque para ello haya de arrasar, sin miramientos, con la voluntad y las convicciones de todos y hasta con el propio sistema que es patrimonio común: la democracia. Si ésta la hubiésemos de defender en algún caso, lo sería, según nos enseña la historia, de aventureros como él ¿O no?

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