Las burbujas

¿No es apropiado llorar, si, siendo los mundos infinitos, no nos hemos apoderado ni siquiera de uno de ellos

La gente piensa que Alejandro Magno, al ver la inmensidad de sus dominios, lloró porque no había más mundos por conquistar. No fue así. La frase es de Hans Grüber, el malo de Jungla de cristal. Alejandro lloró, pero lo hizo porque Anaxarco, uno de los filósofos que lo acompañaban, tuvo la mala leche de decirle que había infinitos mundos posibles. Y el macedonio, al verle sus amigos con cara de vinagre, contestó: “¿No es apropiado llorar, si, siendo los mundos infinitos, no nos hemos apoderado ni siquiera de uno de ellos?”. La verdad es que Alejandro era bastante exigente consigo mismo, porque por aquel entonces creo que estaban en lo que hoy es Pakistán.

Me he acordado de esta frase, de estos mundos infinitos que flotan el uno encima y al lado del otro, pegados y superpuestos, porque estaba hirviendo agua. No sé si se han fijado, pero el agua en la olla, cuando coge temperatura, va formando en el fondo unas tímidas burbujas que, poco a poco, se van pareciendo a ojos que miran y que estallan. Los ojos van brotando como en un mal sueño de Dalí, y se te quedan mirando, y no sabes si te van a preguntar cuándo vas a echar los espaguetis o cuándo piensas morirte.

Ya no sé si hablo de ojos o de universos. Pero si uno mira a lo que fue alguna vez, es como si el mundo se torciera, se desdoblara, se replicara como un enjambre de avispas. Los recuerdos van surgiendo y rompiéndose, y no se sabe por qué vienen ni para qué. Yo, por si no lo saben, no vivo en Sevilla, y es tal vez por eso por lo que me acuerdo de la vida que tuve allí de pequeño. Cuando estoy con mis padres, y paso por las calles de siempre, es como si caminara por una olla de agua hirviendo. Los ojos se te quedan mirando y se esfuman. Y me acuerdo.

Me acuerdo de la tintorería Urquiza, que tenía un San Pancracio con una moneda de cinco duros. Me acuerdo del Horno de Santa Cecilia, que a mí me parecía de una elegancia supina. Me acuerdo de que en el Mercado de San Gonzalo los fruteros me daban cacahuetes, y de la sirena del tiovivo de la puerta. Me acuerdo de que los de Foto Gasán, no sé si por venganza o por cachondeo, pusieron mi foto de comunión en el escaparate, con una corbata amarilla con gatos grises. Me acuerdo del Pollo Loco, que siempre te trataba de señor para arriba. Me acuerdo de la peluquería de López de Gomara y de su radio, con el dial clavado en Cadena Dial; ahora están en Esperanza de Triana. Me acuerdo de la Confitería Lola, y de la Farmacia Lora, y de Casa Juan, y de Deportes Crespo. Unos siguen, otros no. Y pienso: ¿no es apropiado llorar, si, siendo los mundos infinitos, no nos hemos apoderado ni siquiera de uno de ellos?

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