Andalucía

La tapadera que abrió el andalucismo

José Luis de Villar, el segundo por la derecha, presenta 'En los orígenes del Partido Andalucista' en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla.

José Luis de Villar, el segundo por la derecha, presenta 'En los orígenes del Partido Andalucista' en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla. / José Luis Montero

En el comienzo fue una tapadera. El andalucismo, la segunda etapa del andalucismo, la que ha representado a los andaluces en el Parlamento autonómico, en las Cortes Generales y en la Cámara de Cataluña, irrumpió en unos años, los del franquismo, en los que cualquier sujeto que pretendiera hacer política tenía que disfrazarse. Aunque fuera de objeto, por ejemplo, de olla exprés. Fue la argucia legal de la que se sirvió el andalucismo para propagar su mensaje, disfrazando el partido político en empresa, el movimiento social en sociedad anónima. Fue la tapadera con la que el andalucismo, la segunda generación del andalucismo, se abrió al mundo y, con ello, abrió el camino para entrar en la historia de la política de España.

En el inicio del andalucismo, en el comienzo de los dos andalucismos ya históricos, fue un entusiasmo, varios entusiasmos que fueron en realidad el mismo. No hay reivindicaciones sin exaltación. El andalucismo político nació de un frenético sueño de la justicia, del fin del sometimiento de una tierra y de sus habitantes, Andalucía y los andaluces, faltos de la emancipación que revelaron las pulsiones románticas. Y entusiasmo fue tal vez la sensación que predominó ayer en la sede de la Real Academia de las Buenas Letras de Sevilla durante la presentación de En los orígenes del Partido Andalucista, una obra de José Luis de Villar editada por Almuzara y patrocinada por la Fundación Alejandro Rojas-Marcos. La elocuencia de los participantes del acto, desde el director de la institución académica –Pablo Gutiérrez-Alviz– hasta el autor, pasando por la constelación de invitados, eclipsó una tarde en la que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció una última finta, la de la dimisión. Ni por ésas. No hubo posibilidad de distracción en el salón de actos de la academia en un tiempo en que los teléfono han sustituido a los transistores... porque era una tarde de transistores.

De los transistores a la transición entre dos generaciones, la del andalucismo de Blas Infante y la del andalucismo que lideró Rojas-Marcos, del que es legatario De Villar, autor del libro y portador de la “semilla” de un espíritu que sigue vivo. Fue lo que vino a apuntar Manuel Pimentel, editor de Almuzara, cuyas palabras precedieron la animosa declamación de Alejandro Rojas Marcos, presidente de la fundación del mismo nombre que ha patrocinado la obra y quien combinó las formas de un actor griego y el fondo de la arenga de un senador romano que no se resigna a los laureles.

El acto se cerró con las palabras de De Villar. El autor ofreció las claves de su última obra, el análisis del origen del andalucismo, del segundo y último andalucismo genuino, mediante la detenida lectura de su manifiesto fundacional. Aquel texto de seis páginas fueron editadas en 1973 en Ruedo Ibérico y dieron mucho de sí, tanto que no sólo se materializaron con el acopio de diputados en los primeros años de la democracia sino que los tiempos han culminado sus aspiraciones históricas, resumidamente, con la creación y la consolidación de las instituciones políticas en Andalucía.

El último andalucismo, explicó De Villar, se constituye en un proceso que va desde 1965 a 1973. Fueron ocho años en los que a diez “jóvenes promesas”, a “diez gigantes” les dio tiempo para aprender quién era Blas Infante, descubrir que compartían afanes con un remoto andalucismo y aunar ingenios para construir un movimiento –Compromiso Político– que culminó en un partido –Alianza Socialista Andaluza–, con lapso intermedio de una sociedad anónima –la tapadera– que les permitió reunirse con libertad, difundir su mensaje en publicaciones oficiales y ensayar el ejercicio de democracia. A aquella letra le puso la música Antonio Burgos, Antonio Gala y Carlos Cano.

Fueron también las letras de unas ideas y unos compromisos políticos que mantienen un legado, aunque “los villanos se hagan pasar por héroes y al revés”, avisó Rojas Marcos. Son otros sujetos disfrazados de objetos.

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