Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Envidia de calle

¡Menudo repaso me ha dado Pánfilo! No se cree lo de mi admiración por las Cruces de Mayo

Pánfilo me resulta, a veces, tan desagradable como los fanguistas a Pedro Sánchez. Él no insulta, razona, que es peor. Sabe de mí lo más grande. Dice que miro las tradiciones populares con una atención condescendiente, con una cierta humildad soberbiosa (sic): Crees tener derecho a ello, me explica, por las encuestas lingüísticas que realizaste en aldeas remotas, por haber militado en partidos y sindicatos de izquierdas y haber recopilado romances, recetas y refranes en los Montes Orientales. Pero lo cierto es que no logras apearte de la ‘alta cultura’ en la que fuiste educado; y que sí, que no niegas la existencia de sabiduría e inteligencia en el ‘pueblo llano’, pero que en el fondo lo consideras un minusválido cultural que no ha leído a Hegel ni a Gracián. Que sigues pensando que todo lo que importa está en los libros. Estás más pasado que un cantante de boleros, dogmatiza. En el fondo padeces lo que un sicoanalista llamaría “envidia de calle”. Pelusa de que esa riada humana que invade las calles no afluya a recitales de poesía, librerías, filmotecas, lecturas del Quijote o conciertos de Mahler. Te has quedado en lo de ser culto para ser libre. Pero culto, no porque sepas guisarte recetas alpujarreñas o porque entones de corrido los romances de Marianita Pineda o el de la mora cautiva, o porque a cada situación la adereces con un refrán, no; culto por tener estudios, y por haber leído algo más que El Señor de los Anillos. Un poco rancio sí que eres, me asaetea Pánfilo. Mira, me insiste, ahora muchísima gente tiene estudios, una carrera y algún máster, pero solo encuentran trabajo como camareros en cualquiera de los bares o restaurantes que ahogan la ciudad. Y, sin embargo, y pese a ser pasablemente cultos, no son libres, más bien, son casi esclavos, sometidos a jornadas agotadoras de trabajo, con contratos a prueba que en muchos casos terminan en despido. Seguro que, tras ver como el pueblo llano se extasía ante las cruces de mayo, esos monumentos abarrotados de flores y de frutas, de color y sensualidad, has pensado escribir tu artículo rindiéndote a la belleza carnal, disfrutona, de esas creaciones del arte popular. Pero en tu interior, que te conozco, desearías sentar a todo ese pulular callejero en los bancos públicos, a leer a Machado y Alberti. “¡Cultureta!”, me dispara.

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