La Rayuela

Lola Quero

lolaquero@granadahoy.com

¿Puede ser el Veleta un Tourmalet?

El ciclismo ya no es el deporte en el que Bahamontes paraba a comerse un helado en una cima del Tour de Francia para esperar algún coche que le ayudara

EL ciclismo de carretera y la montaña son dos elementos inseparables, porque las grandes cimas forman parte de la historia de este deporte y sus nombres están presentes en la memoria de millones de personas más o menos aficionadas que en algún momento de sus vidas no se han podido resistir a ese espectáculo del hombre dando pedales para desafiar rampas imposibles.

Tourmalet, Angliru, Lagos de Covadonga o Alpe d’Huez son conocidos en el planeta entero gracias al ciclismo, que hasta para el espectador que ve en este deporte un magnífico somnífero a la hora de la siesta, la llegada de los corredores a esos grandes colosos de montaña se convierte en un acontecimiento. Es un deporte en el que los nombres de los grandes escaladores pueden alcanzar el mismo protagonismo que los de las cimas de sus grandes gestas.

Sierra Nevada es ya uno de esos finales de etapa clásicos en la Vuelta a España, aunque hasta ahora siempre se ha limitado la subida hasta zonas donde la alta protección del Parque Nacional no lo impedía, como la Hoya de la Mora, siempre tan socorrida para la afluencia de coches, caravanas y aglomeraciones. Si en invierno este sitio vale para el turismo de trineos o puestos ambulantes, por qué no iba a ser un lugar adecuado para el enorme despliegue de medios que requiere una gran vuelta ciclista.

La empresa privada que organiza este evento deportivo ha seducido a la actual dirección del Parque de Sierra Nevada y a la Junta de Andalucía para que se emprendan los cambios normativos necesarios para permitir una llegada más alta. Se ha hablado del radiotelescopio o del mismo pico del Veleta -aunque esta opción parece más complicada-. No hay que olvidar que, ante todo y cada vez más, el deporte es un espectáculo, y el negocio aumenta si en la señal de televisión se pueden ver rampas aún más imposibles hacia un lugar sobre el que colgar el eslogan publicitario de ser la subida más alta de todas las grandes vueltas europeas. También es cierto que ese beneficio en términos económicos que se le presume a la firma organizadora podría repercutir en imagen y relevancia futura para nuestra tierra. Tener en Sierra Nevada uno de esos altos míticos instalados en el imaginario colectivo del mundo entero, más allá del mundo del esquí, es probablemente una promoción enorme. ¿Pero merece la pena? Es la gran pregunta.La idea no ha calado tan bien como hasta ahora la estábamos esbozando. La mayoría de los representantes en el Consejo de Participación del Parque Nacional se han opuesto radicalmente o se ha puesto de perfil. Al parecer, la dirección del organismo se ha quedado sola en la propuesta de incluir el paso de la serpiente de colores entre la reducida lista de actividades (la mayoría tradicionales) que están autorizadas para subir a las cotas más altas y protegidas de Sierra Nevada.

La destrucción de la carretera del Veleta hace ya varias décadas fue uno de esos grandes avances de la moderna conciencia medioambiental y posiblemente uno de los pocos favores que el ser humano le ha hecho a este entorno natural. Aquel día tuve el privilegio de asistir al primer golpe de pico sobre el cemento y hubo un unánime aplauso colectivo. Entonces había una consenso claro y contundente sobre lo que no se podía volver a permitir en un entorno tan frágil y amenazado.La Universidad y otros muchos colectivos temen ahora, no sin razón, que la autorización de esta prueba ciclista pueda ser un precedente muy peligroso. Porque no nos engañemos, junto a los hombres y su pedaleo mecánico, suele ir un ejército a motor.

Prometen que esa parafernalia motorizada sería muy reducida, muy ecológica y muy limpia; pero no nos engañemos, el ciclismo ya no es aquel deporte en el que Federico Martín Bahamontes paraba a comerse un helado en una de las cimas del Tour de Francia. Él mismo ha reconocido varias veces que no es que tuviera antojo de vainilla, o que fuera el más chulo del pelotón, sino que tenía una avería en los radios de la bicicleta y los muy escasos coches de apoyo no iban pegados a rueda como ahora. Solo estaba el quiosco de los polos.

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