La calle Reyes, navegable

Hay quienes defienden demoler el embovedado fluvial urbano y sin decir de dónde se sacaría el dinero

No sabría decir, ahora, si fue o no acertada la ocurrencia de cubrir el cauce del río Darro a su paso por el centro urbano de Granada, pero poco importa ya a estas alturas de la película. Como bien se conoce, el cubrimiento o -como se le llama en Granada- el embovedado, ha sido una obra ejecutada a lo largo, por lo menos, de cuatro siglos, desde que los mismos Reyes Católicos ordenaron, muy poco después de la conquista de la ciudad, ya comenzado el siglo XVI, el cubrimiento de un punto concreto de este río granadino, más concretamente al término de la calle de Elvira, donde se situaba el llamado Puente del Baño de la Corona, ensanchándose este puente mediante una bóveda de ladrillo que se dispuso unos cinco metros a cada lado del citado puente y término de esta principal calle de la Granada islámica. Luego, poco a poco y decenio a decenio, este embovedado fue ampliándose, aguas arriba, hasta quedar constituida la gran plaza que vino a denominarse como 'Nueva', espacio urbano surgido en pleno Renacimiento y que vino a sumarse al desarrollo de la cotidiana vida y costumbres de los granadinos que, hasta aquel momento, sólo disponían de la plaza de Bibrambla para las celebraciones festivas y multitudinarias.

Luego, como se sabe, se continuó el cubrimiento del Darro, aguas abajo, hasta su confluencia y vertido en el río Genil, obras que, en su mayor parte se llevaron a cabo entre los años 1854 y 1884, aunque los proyectos para el cubrimiento integral lo fueron antes y por encargo de Cipriano Portocarrero, conde de Montijo y de Teba, capitán general de Granada, que previó el cubrimiento hasta el Puente de Castañeda, terminándose, luego, de cubrir el agua fluvial urbana, en el último tramo de la Acera del Darro, entre 1936 y 1938.

Cerca de cuatrocientos años de intermitentes obras que se produjeron obedeciendo al empeño, hemos de creer que de muchos granadinos, porque pocas voces -o ninguna de peso- se dejaron oír en contra, que se sepa, durante estas cuatro centurias. Muy especialmente a lo largo del siglo XIX en que se da la doble circunstancia de la difusión de la tan conocida imagen de la Granada romántica, de la mano de famosos viajeros como Dumas, Irving, Laborde o Borrow o de maestros pintores y grabadores, españoles y extranjeros, como Doré, Robert o Vivian, este último, precisamente, autor en 1838 de una pintura titulada Acera del Darro, en la que mencionado río -aún intuyéndose- no aparece por ningún lugar del lienzo.

Ahora, en nuestros días, recién realizadas -hace como un cuarto de siglo- las obras de las compuertas para el aterrazamiento fluvial del Genil a su paso por la ciudad, que debieron de costar un hueso vivo y parte de la pierna de otro, hay quienes tratan de defender su demolición, junto a todo embovedado fluvial urbano, para devolver a los ríos de Granada su aspecto agreste, idílico, romántico y parnasiano. Y, sin decir de dónde se sacaría el dinero necesario, aún se teme lleguen a proponer que la calle de los Reyes Católicos, dotada de góndolas venecianas, se transfigure pronto en canal navegable. ¿O no?

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