La Rayuela

Lola Quero

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De sacas y 'buscones'

España ha viajado estos días a su oscuro siglo XVII, cuando nobles, pillos y gobernantes sacaban tajada de un país empobrecido

Luis Medina.

Luis Medina. / EFE

LOS asuntos de Luis Medina, el hijo menor de Naty Abascal y el fallecido duque de Feria, y su amigo Alberto Luceño, los detalles de ese negocio de venta de mascarillas y material sanitario al Ayuntamiento de Madrid en los días de pleno impacto de la pandemia de coronavirus, sus comisiones millonarias, la compra de coches de lujo y yates, sus cuentas corrientes peladas –las que se pueden conocer– y hasta las explicaciones que dieron al fiscal, sin remordimientos y con un altivo tuteo, constatan la querencia de este país, la tradición por los siglos de los siglos de una sociedad aferrada a sus raíces, aunque sean las más negras y podridas.

En esta Semana Santa de las de antes, gracias a estos personajes, España ha viajado de repente a su oscuro siglo XVII. Cuando nobles, pillos y gobernantes sacaban tajada de un país plagado de pobreza, hambruna y guerra. También había enfermedad y epidemias que se llevaban por delante primero a los menos favorecidos. Un Reino de reinos, endeudado hasta las orejas, donde el oro de América entraba por unos puertos y salía por otros o se quedaba en la “saca” de unos pocos para poder vivir bien sin trabajar, el modelo de grandeza y un ejemplo a seguir imperturbable. Tanto para los herederos de la sangre azul como para tantos burgueses o pobretones venidos a más gracias a algún pelotazo, cuya mayor aspiración era esa, cruzar su apellido con el noble linaje y poder quitarse de esa costumbre tan fea que se llama trabajar.

No se puede decir que el de Medina y Luceño sea el caso más grave de posible corrupción o criminalidad de guante blanco que hemos conocido en las últimas décadas, pero hay que reconocer que reúne todos los elementos para la indignación colectiva y hasta para una novela de buscones. Analizadas por separado, sus fechorías no san para nada originales.

Las “sacas” de estos personajes –explicado con su propio lenguaje, tan medieval– no sabemos cómo estarán de verdad, pero al menos en las que el juez puede intervenir, hay poco de lo que echar mano, 247 euros en una y hasta números rojos en otras. Al parecer el dinero fue saliendo a Países Bajos, otro gran referente histórico para este país. Aunque eso de no tener recursos ni patrimonio personal del que puedan echar mano Hacienda o la Justicia parece algo muy común en nuestro entorno. Medina dijo que se lo había gastado todo en sus cosas. Pues claro, ¿qué esperábamos? ¿Que lo ahorrara para la jubilación?

En Granada, desde aquella solitaria moto Aprilia que el juez pudo encontrar como única posesión al que fue alcalde de Almuñécar, Juan Carlos Benavides, hasta los últimos registros sonados de la Operación Nazarí, es habitual en el entorno policial y judicial recordar el caso de uno de los principales promotores inmobiliarios de esta ciudad, sin propiedades ni cuentas que intervenir, cuyos únicos fondos encontrados para el embargo fueron los poco más de 50.000 euros que había aquel día en una caja fuerte de su dormitorio conyugal. Su esposa reclamó a la jueza el dinero porque alegaba que era suyo, ganado y ahorrado con su sueldo. También está presente el recuerdo de Quique Pina, con su Porsche Panamera y su yate, que hacía la declaración de la Renta a devolver.

Otra cosa en la que Medina-Luceño no han sido nada originales, pese al revuelo general, es la actividad en sí misma, la razón de ser de sus emolumentos. Ellos se llevaron comisiones y además no lo niegan ni se avergüenzan porque aseguran que no superaron el 50% del total, que es lo que establece el código de de la Cámara de Comercio de París. El comisionista es eso, en esencia, un señor que gana mucho con muy poco esfuerzo, sólo por el mérito de su posición, su nombre o sus contactos. Y así los hay a pares en las empresas, la política, la alta sociedad y hasta en el fútbol, como hemos sabido.

Este caso, como otros, tendrá el recorrido judicial que corresponda, con nuestra ley y nuestro sistema, pero gracias a la difusión pública es posible que sus nombres desaparezcan de listas como las de soltero de oro. Lástima que ya no tenemos a Quevedo para contarlo.

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