La Rayuela

Lola Quero

lolaquero@granadahoy.com

¿Quién hace el trabajo sucio de la política?

Cuando los partidos se ponen de perfil para que otros enciendan los debates tan convenientes, están empujando a sus votantes a los brazos del populismo

Celebración del quinto aniversario del Metro de Granada con cargos de distintos partidos.

Celebración del quinto aniversario del Metro de Granada con cargos de distintos partidos. / PS

Saltan todas las alarmas en Europa por el triunfo electoral de la derecha de Giorgia Meloni. La amenaza populista ya era una realidad desde hace tiempo, pero parecía que las heridas en la piel del viejo continente eran leves y controladas. Esto ha cambiado, porque lo de Italia es un disparo al corazón, un precedente que siembra el temor en las democracias más consolidadas. Así que, ahora sí, abundan los análisis. Todos queremos saber por qué. ¿Cuáles son las causas de la apatía (por el alto abstencionismo) y de la enorme atracción por los mensajes populistas?

Las primeras explicaciones son las más obvias. Una sociedad acostumbrada a muchas décadas de enorme bienestar se rebela contra quienes le piden que asuma las consecuencias de una guerra y aseguran que viene otro cataclismo económico, que hay que empezar a pasar frío y a comprar leche a precio de oro. También incomoda el gran flujo de inmigración, fruto de no haber querido volver la mirada a otras zonas del mundo durante mucho tiempo.

Pero hay más. Cosas que se pudren dentro del propio sistema, que parecen no tener importancia, hasta que un día llega una Meloni (o equivalentes) y se lleva de calle a todos esos sumisos hastiados. Como el flautista de Hamelín.

Miki y Duarte: 'Italia' Miki y Duarte: 'Italia'

Miki y Duarte: 'Italia'

El camino hacia esa democracia prostituida no siempre se recorre con asuntos de enorme relieve como la manipulación política de la justicia o el control cada vez más desacomplejado de los medios de comunicación públicos. Hay pequeños asuntos del día a día de la gente, de la actualidad local de una provincia como Granada, por ejemplo, que sacan a la luz la distancia creciente entre la política y el ciudadano. Los partidos lo saben y en su intento de conseguir rédito electoral (que no la reconciliación con la gente) juegan a una partida muy peligrosa. La de trasladar mensajes a través de testaferros, personas interpuestas o meros voceros con intereses inconfesables.

El catedrático de Derecho Constitucional y ex secretario de estado socialista José Antonio Montilla exponía en su columna semanal que “este ascenso de la extrema derecha no es fruto de un entusiasmo colectivo con ideas nuevas sino el resultado de la apatía democrática”. Y alertaba del peligro del “discurso de la antipolítica”. No es la primera vez que el académico pone el foco ahí, en lo arriesgado que es mermar la credibilidad a los políticos y el papel que en esto juegan las redes sociales.

De acuerdo, ¿pero culpamos de esto sólo a los que sueltan sus exabruptos en Twitter? ¿Qué parte de responsabilidad tienen los propios protagonistas del desdén colectivo? Son los partidos políticos, algunos de sus afiliados o sus cargos los que se pegan un tiro en el pie cuando recurren a personas y asociaciones de la sociedad civil o a la contratación de meros perfiles falsos de redes sociales para hacer que calen ideas a su favor o que se enturbien proyectos que no interesan porque son un tanto para el rival. Y todo eso sin mancharse las manos.

Macarena Olona ha probado el rodillo de los haters cuando empezó a criticar la falta de democracia interna en Vox. Ella misma ha desvelado que quienes están detrás de esos perfiles aparentemente anónimos eran financiados por su expartido para hacer el “trabajo sucio”. En realidad la exdiputada se limita a dar fe de algo que no nos parece extraño en una formación política que presumía de tener sus propios canales de conexión directa con la ciudadanía. Cabe preguntarse si estas prácticas han contaminado también, en mayor o menor medida, a los partidos tradicionales.

Giorgia Meloni junto a Abascal y Olona en junio pasado Giorgia Meloni junto a Abascal y Olona en junio pasado

Giorgia Meloni junto a Abascal y Olona en junio pasado / Efe

Este mes se han celebrado los cinco años del funcionamiento del Metro de Granada, una infraestructura que es sinónimo de éxito y cuyo cumpleaños congregó a cargos públicos de distintos partidos para soplar las velas (con tarta incluida). Había sintonía y buen clima, pese a que el alcalde de Granada, Paco Cuenca, defiende públicamente otras alternativas de ampliación de la red de metro distintas a las que baraja la Junta. Es la sana discrepancia de criterios, que además Fomento se ha comprometido a estudiar y a discutir con el Ayuntamiento de la capital.    

Quinto cumpleaños del Metro de Granada Quinto cumpleaños del Metro de Granada

Quinto cumpleaños del Metro de Granada / Antonio L. Juárez /PS

Otra cosa es lo que ocurre en Churriana de la Vega. Esta misma semana, hemos conocido que los fondos europeos para financiar la ampliación sur del Metro de Granada podrían estar en peligro porque una asociación, que lleva mes y medio constituida y que aparece en los documentos bajo la presidencia de una empresaria apenas conocida, se opone al proyecto y amenaza con llevarlo al TSJA para que lo paralice. Es lógico el temor de algunos comerciantes  a que sus calles estén levantadas durante las obras, sobre todo porque no a todos los negocios les interesa un tipo de cliente que se desplaza en Metro. ¿Pero esos reparos responden al interés general de ese municipio y de los habitantes del Área Metropolitana?

Con este grupo como parapeto, el PSOE y otros partidos de la oposición al PP se limitan a quedarse en un papel secundario pero sí aprovechan para pedir una consulta popular o lo que sea para garantizar el pluralismo y la participación de la población, se tarde lo que se tarde. Y si todo eso acaba en un retraso que tire por la borda la financiación europea, de paso la Junta y el PP no se apuntan un tanto antes de las municipales. Una lástima, pero a ellos que les registren, porque todo nace de una tal Asociación para el estudio, conservación y movilidad de los núcleos urbanos de la Vega de Granada. De ningún modo comparo esto con los perfiles violentos y antisemitas que denuncia Olona, pero es otro tipo de trabajo sucio, el de entorpecer, preocupar a la población y enmarañar planes de futuro y desarrollo. 

Si esto se estropeara, nadie podría culpar a los partidos y a las instituciones de haber roto el consenso en favor de los grandes proyectos estratégicos. Nadie estaría traicionando eso que nuestro colaborador Rafael Troyano pedía a los políticos de esta tierra en su último artículo: “Estar a la altura”, utilizar “argumentos sólidos” y no buscar el no por el no.

Las reivindicaciones de alguna parte de la sociedad civil (la que tiene gran interés, tiempo y recursos para dedicarse a eso) son muchas veces de lo más conveniente para los partidos políticos. Que las sostengan, apoyen o sufraguen es algo que pocas veces se llega a saber, salvo que un verso suelto se lo cuente al mundo en Twitter. O que algunos de esos que salen a las calles bajo la pancarta de un bien común y arrastran a miles de seguidores con soflamas vocingleras luego callen cuando cambia el signo político de los que gobiernan y hasta consigan algún despacho con sueldo inconfesable. Que de todo se ha visto.

Cuando algunos políticos se ponen de perfil para que sean otros los que encienden esos debates tan convenientes, están empujando a sus votantes a los brazos del populismo. Y la fiera, una vez liberada, es difícil de controlar. 

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