Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Los éxtasis de la vicepresidenta

Los arrebatos místicos de María Jesús Montero cada vez se parecen más a episodios orgásmicos

Me dice Pánfilo que deje ya de hablar de mi tita María, de los jazmines con los que rodeaba la cunica del Niño Jesús, de su bacín de cuello alto, de la comadre Mariquilla, su hermana de leche, del trisagio, de su lectura del Kempis, del reclinatorio, con sus iniciales punteadas en el apoyabrazos con chinchetas doradas o de los tres días de castidad del joven Tobías con los que sofrenó, recién casada, el ardor genésico de su esposo. En fin, que a nadie le interesa si mi tía se tomaba tres ciruelas claudias por las personas de la Santísima Trinidad, cinco nísperos, por las cinco llagas de Cristo u once mil cerezas –a lo largo de la temporada– por las once mil vírgenes. “Nimiedades, Pablo, nimiedades”, me reprende. Como no tienes filtro, se ensaña Pánfilo, hasta eres capaz de contar como, en agosto, cuando se subían a veranear al cortijo de las Encinillas, por encima de Güéjar, tus matriarcas familiares, se solazaban encendiendo al tonto del lugar, animándolo a pretender a Lola, la agria criada de los desdenes. Que habiendo asuntos públicos de tanta enjundia como los resultados de las elecciones Catalanas o los éxtasis que arrebatan a María Jesús Montero, cuando su señorito consigue formar gobierno o volver, tras esfumarse en un eremítico quinario, ¿para qué engolfarse en asuntos privados, si no íntimos, de tu familia? Los columnistas de los periódicos no tienen que aprovechar sus artículos, en plan abuelo cebolleta, para contarle a la gente sus batallitas domésticas. Deben más bien, amonestar a los gobernantes y alumbrar al pueblo descarriado en la busca de la verdad. Revela a Montero –y también al aficionado del Madrid que estalló en gritos estentóreos a las puertas del Bernabéu el día del Bayern– que estos episodios orgiásticos son difíciles de explicar al público que los considerará exagerados o dementes. Santa Teresa de Jesús, más prudente, pidió al Señor que los arrebatos místicos –de apariencia orgásmica– no la sorprendieran en presencia de sus monjas, porque luego no sabía cómo explicárselos. Haz lo posible para que Montero no termine imitando el lema que figura en la puerta de ciertos conventos carmelitas –“En la casa de Teresa, o no hablar o hablar de Dios”– y esculpa en la Moncloa este iluminado apotegma: “En la casa de mi dueño, o no hablar, o hablar solo del puto amo”.

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